Los espectáculos de lucha libre son el lugar perfecto para olvidar. Los problemas familiares, el estrés de la Ciudad de México, todo aquello que aqueja, todo lo que nos quita el sueño, desaparece en cuanto los chiflidos ensordecen al pancracio. Al comenzar la función un montón de figuras replicadas en juguetes con rebaba se juegan el físico. Entonces comienzan insultos que uno jamás había imaginado, las arenas y centros de luchas regados por todo el país, por más humildes que sean, son la escuela perfecta de la injuria. Los rudos se convierten en los villanos, no importa quién está detrás del personaje. Los técnicos representan al bien, aunque muchas veces hacen fouls para salir de llaves agresivas. Si me lo preguntan, divierte más apoyar a los rudos, aunque nunca ganen. El público no se juega nada. Unos cuántos pesos apenas, pues no es necesariamente un espectáculo costoso. Los luchadores se juegan la vida, aunque muchas veces se duda de si en realidad se lastiman. Existe una larga bibliografía que aborda la historia de la lucha libre en México, “85 años de lucha libre” de Hugo Monroy Olvera; “Lucha Libre: Relatos sin límite de tiempo de Blue Demon Jr.; o The World of Lucha Libre: Secrets, Revelations, and Mexican National Identity, de Heather Levi, entre otros, se han encargado de recopilar la historia de un show que ha sobrevivido al paso del tiempo. La lucha libre es un deporte considerado nacional, aunque sus orígenes disten de serlo. Pese a que parece naturaleza del humano luchar, ya sea a muerte o por mero deporte (los griegos ya lo hacían, al igual que los pueblos mesoamericanos), pero su concepción como un deporte espectáculo, al menos de un modo tan pintoresco y con figuras detrás de máscaras y cabelleras tardó algunos cientos de años. Los relatos dicen que llegó junto con la intervención francesa, en el siglo XIX y que, quien debe ser reconocido como el primer luchador formado y nacido en nuestro país es Enrique Ugartechea, el predecesor del Santo, Blue Demon, del Perro Aguayo y el montón de ídolos que entre los cincuenta y noventa cruzaron la frontera del reconocimiento e incluso llegaron a las salas de cine. Pese a la globalización, el mexicano se resiste a soltar ciertas tradiciones. Acoge al iPhone, pero se siente incompleto sin la tortilla y la salsa, no perdona el Día de Muertos -pese a cualquier miedo que el extranjero sienta al enterarse que se celebra la muerte-; y por supuesto, no deja morir a las piruetas, a las llaves, a esa tradición que sobre todo quienes tengan más de treinta años recuerdan como parte de su infancia. La lucha libre no piensa irse, para quienes no hayan ido alguna vez en su vida a un espectáculo de este tipo, solicito de forma personal una cosa: Considere que no encontrará la faramalla que se exhibe en los espectáculos de su homónimo estadunidense. Tendrá frente a usted un espectáculo “de barrio”. Más modesto, pero que sin lugar a dudas le dejará contento. Vaya en la peor semana de su vida. Saldrá con unos cuantos años menos y muchas sonrisas. ¿Cuánto cuesta?

No tendrá que acabar con su quincena. En algunos barrios populares hay arenas y gimnasios que dan oportunidad a luchadores nóveles, en esos lugares podría pagar desde 10 pesos hasta 200, según el lugar y la decisión de los administradores. La Arena Coliseo tiene funciones los días viernes, martes y domingos con precios que varían según la cartelera. Para las funciones del día sábado los precios en Ticketmaster son: Nivel 1: $293.

Nivel 2: $243.

Nivel 3: $185.

Nivel 4: $137.

Nivel 5: $125.

Balcón: $77.

Gradas: $65. Puedes ver algunas fotografías del Perro Aguayo en la galería ubicada en la parte superior.  --

Con información de Dinero en Imagen

Foto: Pixabay