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Los mejores libros que he leído, son los que yo no buscaba
00:03 domingo 10 febrero, 2019
Lecturas en voz altaLos libros que más he amado nadie me los recomendó, sino que me los hallé casi siempre al lado de otros libros que buscaba sin encontrarlos. Pienso, por ejemplo, en Cuando silbo…, la bellísima novela de Shusaku Endo (1923-1996), el escritor japonés. ¿Cree usted que sabía yo de la existencia de ese libro? ¡Para nada! Es más, ni siquiera sabía que existiera un escritor japonés llamado Shusaku Endo. Pero, hojeando el ejemplar que me había encontrado en una mesa de ofertas, quedé fascinado por él desde el instante mismo en que leí el prólogo. «He aquí –me dije-, algo que sin duda vale la pena llevarme». Y, en efecto, así fue. Cuando silbo… es uno de los libros más bellos que he leído en mi vida. Más tarde llegué a saber que Shusaku Endo era católico, que sus libros eran auténticos best-sellers en el Japón y que, por si fuera poco, hacía años había escrito una vida de Jesús que los críticos, aun los más severos, no dudaban en calificar de excepcional. ¡Cómo disfruté Cuando silbo…! Y a todos los que les presté esta novela para que la leyeran quedaron fascinados. «¿Dónde la puedo conseguir? -me preguntaban con ansiedad-. ¡A mí también me gustaría tenerla!». Pero yo ignoraba dónde podían encontrarla, pues aunque ésta había sido publicada en español por la editorial Diana de México en 1986, estaba ya descatalogada desde 1990 o algo así. De hecho, yo la había comprado en una librería de usado a un precio que todavía hoy me hace sonreír y frotarme las manos de satisfacción. Varios años después, cuando ya sabía yo quién era Shusaku Endo, la editorial madrileña PPC publicó algunas de sus novelas, como por ejemplo La muchacha que dejé atrás y Río profundo, pero no Cuando silbo…, cosa que me contristó muchísimo, porque a mi juicio Cuando silbo… era la mejor de sus novelas. ¿Cuántas veces la habré leído? No menos de tres o cuatro, y siempre con la misma emoción. Es uno de libros de mi vida. ¡Cómo agradezco a Dios aquel hallazgo realizado justo en el momento en que buscaba otros libros que nunca encontré y que acaso no me hubieran hecho tan feliz! Con los libros sucede como con las personas: no se buscan, sino que se encuentran, pues de buscarlos jamás los encontraríamos. Tal es la razón por la que me parece preocupante lo que, según dicen, será dentro de poco la praxis habitual en la producción de libros. Los expertos del sector editorial aseguran que ya no es rentable lanzar grandes tiradas de obras que: 1) o terminarán vendiéndose a precio de saldo, 2) o se triturarán para ser recicladas porque nadie va a comprarlas, o 3) se quedarán durmiendo la eternidad en una bodega atestada y maloliente. En otras palabras: ¿para que imprimir 10.000 ejemplares de un libro del que no se sabe si siquiera se venderán 2.000? De modo que lo mejor –dicen- es seguir publicando libros, sí, pero sólo bajo pedido (on demand, como se le llama técnicamente a esta modalidad de impresión). La cosa, según esto, funcionará así: visitas el sitio web de la editorial, estudias el catálogo, seleccionas las obras que quieras, la pagas con tu tarjeta de crédito, y luego los editores las imprimirán sólo para ti y te las enviarán a tu domicilio. En realidad hay muchas editoriales que ya proceden de este modo: la editorial Herder de Barcelona es, por ejemplo, una de ellas. Jason Epstein va todavía más allá y nos asegura que dentro de poco las cosas serán todavía más sofisticadas: tú pedirás electrónicamente un libro a una editorial; ésta te lo remitirá también electrónicamente; luego lo imprimirás en tu propia casa y lo encuadernarás allí mismo con una máquina casera que podremos comprar con tanta facilidad como compramos hoy, por ejemplo, una impresora láser… Pero citemos textualmente a Jason Epstein: «Las máquinas capaces de imprimir y encuadernar textos bajo pedido llegarán a ser artículos domésticos ordinarios, como los aparatos de fax actuales. Los lectores sólo tienen que facilitar sus tarjetas de crédito y los números de serie adecuados para encargar cualquier texto que esté a disposición. Los lectores de Ulan Bator, Samoa y Nome tendrán el mismo acceso a los libros que los lectores de Berkeley y Cambridge. No habrá ningún libro agotado, y los lectores que busquen uno en concreto, o incluso partes de uno o varios libros reunidos por encargo, ya no se verán frustrados por las normas de rotación dictadas por las grandes cadenas de librerías. Aunque los libros manufacturados por uno en esas máquinas (caseras) tengan un coste de producción mayor que los producidos por la industria, su precio último para los lectores será inferior, ya que se habrán descontado los costes de distribución de la editorial y los márgenes de ganancia de los libreros» (La industria del libro). Hasta aquí todo está bien: en el futuro ya no habrá libros agotados, ni libros almacenados, ni libros rematados. Pero, ¿seguirá habiendo libros encontrados, libros que uno no buscaba y que se encontró por puro azar del destino, como me encontré yo, hace muchos años Cuando silbo…? ¿Y no es verdad que las mejores cosas de nuestra vida no las elegimos nosotros? Si las cosas suceden como están previstas para un futuro próximo, no habrá ya sorpresas en el mundo editorial, pues no habrá tampoco abundancia de libros en las librerías. ¿Cuántos buenos libros hemos leído sólo porque nos los encontramos a precio de oferta? Para muchos lectores ocasionales, dichos libros son los únicos que leerán en la vida, y si los compraron fue porque los vieron allí, frente a sus narices, al precio de una cajetilla de cigarros. ¡Los editores serían muy ingenuos si pensaran que la gente andará rastreando en la red la última novela de quién sabe quién para comprarla enseguida! Como digo, los mejores libros que he leído, son los que yo no buscaba. Y lo mismo podría decir de las personas. Por eso defiendo la casualidad como una de las prerrogativas del hombre afortunado.