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#ESNOTICIA
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He aquí una palabra que dice más de una cosa: lunático. ¿Qué significa? ¿No la empleamos para referirnos a esos seres desgraciados que viven con la mirada puesta en las estrellas, es decir, a los locos?
00:04 domingo 27 mayo, 2018
Lecturas en voz alta(Una noche, san Francisco, el pobre de Asís, se puso a tocar las campanas de una de las iglesias de su ciudad, pidiendo a todos, grandes y chicos, jóvenes y viejos, sanos y enfermos, que saliesen de sus lechos para contemplar la belleza de la luna. Un comerciante de aquella ciudad se dio a la tarea de consignar en su diario las impresiones que causó en él tan insólito acontecimiento, y he aquí lo que escribió).
Asís. 20 de noviembre de 1205. Todos sabemos lo que es la luna: un disco que aparece por la noche y se esfuma al amanecer. Me corrijo: no, quizá la luna no sea un disco, sino un plato, y los platos se hicieron más para comer en ellos que para pasarse la vida contemplándolos. Si mi mujer, por ejemplo, me despertara por la noche para que me pusiera a ver con atención las escudillas que se amontonan en el baúl de mi cocina, ¿no merecería que la apaleara? Como digo, los platos se inventaron para servirse de ellos, y una vez que han sido utilizados los lavas, los secas y los pones nuevamente allí donde deben estar, es decir, en el sitio menos visible de la casa. Pero, ¿y la luna? La luna es el plato más inservible que se haya visto jamás. Si se me permite decirlo así, es como un error de la creación. ¿Para qué hizo Dios la luna? Alguien, una vez, la definió así: «Es la lámpara de los juerguistas», y yo estoy bien de acuerdo con tan ingeniosa definición. Si todos durmiéramos a la hora debida, nadie tendría necesidad de la luna; al menos, eso es lo que pienso yo. Como dice el dicho, acostarse pronto y levantarse temprano, hace al hombre bueno y sano. Cómplice de amores prohibidos, alcahueta de infieles, aviso de truhanes, brújala de engañadores, mapa de holgazanes, linterna de ladrones, consuelo de borrachos, guía de amantes extraviados: si me lo preguntan, para mí eso es la luna, y nada más que eso. He aquí una palabra que dice más de una cosa: lunático. ¿Qué significa? ¿No la empleamos para referirnos a esos seres desgraciados que viven con la mirada puesta en las estrellas, es decir, a los locos? Un filósofo de la antigüedad, según se sabe, por ir mirando al cielo cayó en un hoyo y se rompió la cabeza. ¡Merecido se lo tiene por despistado y distraído! Lunático: aquel que camina con la vista puesta en el otro mundo. ¡Bonito espectáculo! ¡Que le aproveche! Los valores se han trastocado hoy de un modo jamás visto. El día, y así lo aprendí de mis mayores, se hizo para abrir los ojos, y la noche para cerrarlos. Hay un tiempo para cada cosa. Pero ahora viene un loco que despierta a medio mundo y grita que abandonemos nuestros lechos para salir a los peligros de la intemperie. Sé que para las autoridades de nuestra ciudad, el «pequeño incidente» –como lo han llamado con esa prudencia oficial tan propia de los burócratas- no tiene ninguna importancia. ¡Pero vaya si la tiene! Un hombre despierta a la ciudad entera y grita como un poseído: «¡Habitantes de Asís, hermanos míos! ¿No veis qué luna más bella nos ha regalado Dios?». Entonces todos salen de entre las frazadas a la noche fría y lanzan sorprendidas exclamaciones. A unos les brillan los ojos a través de las ventanas, a otros se les va el aliento, y el resto se queda con la mirada puesta en el más allá. Pero –y seamos fríos, seamos incluso despiadados-, cuando un hombre no ha dormido bien, ¿qué otra cosa puede hacer más que haraganear al día siguiente? Andará toda la jornada como atontado, eso es lo que quiero decir, y ya no trabajará como se debe, esto es seguro; y si no trabaja, no produce; y si no produce, no compra ni vende, y la economía se tambalea entonces como un ebrio al borde del precipicio. ¡Oh, es preciso no tomarse estas cosas tan a la ligera! Si nuestros jóvenes se nos vuelven románticos, ¿qué será de nuestra ciudad? He hablado con franqueza acerca de todo esto con nuestras autoridades y hasta les he confiado mis sospechas. ¿Y si el agitador de anoche no fuera sino un enviado de Perugia, nuestra mortal enemiga? El alcalde parecía divertirse con mis suposiciones. Los guardias civiles se miraban unos a otros y se dirigían miradas llenas de picardía. Les pregunté: «¿Os burláis de mí, caballeros?». El jefe de todos ellos, un hombre calvo y detestable al que puedo jurar que nunca antes había visto, trató de calmarme diciendo: «No se preocupe usted, Piero, amigo. Ese agitador que cree usted un enviado de Perugia no es sino Francesco, el hijo de Pietro Bernardote, a quien usted seguramente conoce bien. Este muchacho está un poco chiflado, es verdad, pero me alegra decirle que es inofensivo». Dije yo a mi vez: «Sí, pero»… Mas no me dejaron continuar. Por lo menos me prometieron que semejante alteración del orden no volverá a producirse. ¡Por el bien de la comunidad, así lo espero! De acuerdo: por esta única vez, pase. Pero si ese loco inofensivo –como lo han llamado- vuelve esta noche a despertarnos a todos, ya se enterará de quién soy yo. Mas, ¿y por qué, si es tan inofensivo, como dicen, también a mi esposa le brillaban los ojos mientras sacaba la cabeza por la ventana? Mañana mismo, o, mejor, la semana que entra, cuando regrese de ese viaje que tengo que hacer, le preguntaré por qué lloraba. ¿Qué es lo que le dijo la luna? ¿Hay algo que yo no sepa? Al momento de partir, mientras mi mujer me daba el beso de la despedida, me dijo al oído: «No sólo de pan vive el hombre, querido». ¿Por qué me dijo estas palabras tan extrañas? ¿De qué libro subversivo las sacó para arrojármelas a la cara? ¡Ya veremos lo que hace ella sin pan! Pues bien, ya lo he dicho: si este hombre se empeña en que salga a ver la luna, se enterará de quién soy yo. La economía no necesita poetas, sino hombres que se desvelen menos. De modo que buenas noches.