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#ESNOTICIA
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Sonia Guadalupe Ramírez
00:06 miércoles 24 junio, 2020
ColaboradoresEl 9 de junio, la Secretaría de Educación Pública (SEP) emitió su boletín no. 150, “Busca SEP ampliar la cobertura de servicios educativos para personas con discapacidad” en el cual se anuncia la participación de diversas organizaciones para conversar sobre la Estrategia Nacional de Educación Inclusiva. Sin embargo, la ausencia de padres de familia, estudiantes y maestros sigue siendo la constante al pasar de los años y administraciones. Con casi 170 años de historia ininterrumpida —tomando como referencia la creación de las escuelas para personas sordas y ciegas— la educación especial en México ha representado un eje de acción relevante para el Sistema Educativo Nacional (SEN). De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en 2015 alrededor de siete millones de mexicanos presentan algún tipo de discapacidad y de los cuales el 23% en edad escolar no asisten a clases. A pesar de que en el año 2008 se incorporó del término inclusión al glosario educativo del país, diversas acciones gubernamentales nos siguen enviando un mensaje de exclusión por su falta de visión y capacidad. Que la SEP tome decisiones de primera mano y detrás del escritorio con unos cuantos no es novedad. Ya ocurrió el sexenio anterior. Ahora en las leyes secundarias del año pasado, se nota una legislación impuesta sin respetar el derecho a aprender de las personas con discapacidad y/o sus tutores para ser consultadas sobre éstas y otras decisiones que les afectarán de manera inmediata. Pensar en una consulta amplia y transparente sigue siendo una tarea pendiente de todos. Por lo tanto, la actual legislación en materia educativa es excluyente e incluso lesiona los derechos humanos de las personas con discapacidad. En el terreno local en San Luis Potosí, se calcó literalmente la ley para que coincidiera con el formato oficial federal. Una larga lista de opciones para la atención e inclusión de personas con discapacidad, sus apoyos y necesidades, no se tomaron en cuenta por los legisladores locales. Dejando para “otros” esa lucha. En otro frente, en los últimos meses, en plena pandemia y mientras el secretario de educación anunciaba con bombo y platillo que la estrategia “Aprende En Casa” había resultado un éxito, por estar construida en cimientos de equidad e inclusión, la realidad que vivimos cientos de familias y profesores fue muy diferente. No fueron los libros de texto, la televisión o las plataformas virtuales, sino las experiencias comunitarias de unos y otros que lograron fundirse en la empatía, el amor y el compromiso para salir adelante, como siempre. No me cabe la menor duda que los niños, niñas y adolescentes con discapacidad fueron invisibilizados por plan emergente que si bien no los contempló, mucho menos les atendió en sus comunidades escolares. Conforme pasaba el tiempo, después de algunas semanas, otra vez alguien recordó que existimos y por ello se implementaron medidas paliativas y temporales que, una vez más, detienen unos momentos, pero no eliminan las barreras para el aprendizaje que enfrentamos en la cotidianidad. Ante los acontecimientos globales que vivimos hoy en día, debemos cuestionarnos con mayor vehemencia que hemos aprendido de todo esto. Si bien, los espacios de la educación especial son pocos y bien identificados, eso no elimina la segregación de la que es objeto. El término inclusión no debería ser utilizado como sinónimo de discapacidad y diferencia del otro, sino como un constante recordatorio de las diferencias de todos. Crecer en la diversidad es reconocer al otro y aprender a convivir con los seres humanos, con sus limitaciones y fortalezas que los identifican. La formación docente juega un papel central, pero una cosa es la formación de personal especializado para la atención de personas con discapacidad y otra la de profesor de aula. Los cuales no se anulan, sino que se deben complementar. Me parece que abonar a la creación de licenciaturas sobre atención inclusiva o educación integral solo sirve para prevalecer los estereotipos de segregación de los que resulta objeto la educación especial. Considero que la diversidad nos incluye a todos y la persona que decida ser profesor, en cualquier nivel y campo de conocimiento, debería poseer conocimientos genéricos de las personas con discapacidad. Porque valores como la empatía, responsabilidad, comunicación asertiva y cariño, deben ser, por cuestiones éticas y morales, algo ligado a la vocación. Como vemos, la educación especial en México se define más allá de su historia y específicamente hoy, en la medida que exista población que demande el apoyo de especialistas en áreas educativas, nuestro Sistema Educativo no solo debe abrir nuevos y mejores canales de formación docente, sino que puede comenzar a cambiar el paradigma segregador que marca nuestra educación “regular”. El “normalizar” el aprendizaje para que todos aprendan lo mismo al mismo tiempo se vuelve cada vez más, una falacia insostenible. Para alcanzar la calidad y equidad en educación, es necesario crear espacios para participar donde familias, profesores y estudiantes puedan manifestar sus inquietudes e ideas, así como sus sueños. Pero también necesitamos que la población se sume a estos espacios de manera informada y consciente de lo que requerimos. Además de que las autoridades deben abrir el debate sobre la pertinencia de conceptos y términos para redefinir nuestra cultura educativa. Hablar de diversidad y respeto por el derecho a aprender de las niñas, niños y jóvenes, debe ser el faro que guíe toda acción en búsqueda de su garantía, más allá de su condición individual. * Maestra de educación especial con 9 años de servicio en instituciones de educación privada en la zona centro y media del estado de San Luis Potosí. Actualmente cursando estudios de doctorado en educación con la línea de investigación en Educación para personas con discapacidad, una alternativa desde la diversidad. Contacto: [email protected]