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#ESNOTICIA
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En memoria de Eugenio Mejía Lira, hombre bondadoso y trabajador; amigo y compañero de toda la vida. Hasta luego
01:55 domingo 24 enero, 2021
VIRALESA esas horas en las que uno quiere dormir sin que aún venza el sueño, sabemos apoderarnos del control de la televisión como al asidero de una cuna fantástica que nos hará conciliarnos en el suave remanso de nuestros mejores sueños; a veces la aburrición de los noticieros deportivos desempeña esa función y rápidamente logramos nuestro objetivo. Pero ¡Oh sorpresa! a media semana, en uno de los canales de televisa encontrándome en mi acostumbrado cambiadera de canales, descubro un programa de los que inicialmente se llamaban reality show y que ahora son tan comunes y choteados. Tienen nombres diversos pero generalmente proponen “luchas épicas entre grupos de hombres y mujeres”; al que voy a se denomina irónicamente “INSEPARABLES AMORLIMITE” tenía un contenido rápidamente captable como lo hice en unos cuantos minutos en que lo soporté, ya no por sueño sino por un malestar que ahora comparto con usted: en un ambiente campirano de rancho ganadero se encuentran 20 0 30 parejas hombre-mujer conformadas por gente de la televisión; la mayoría de las damas con lo que se dice un “buen ver” y ropajes que invitaban a ver el “buen ver”. El juego según el estridente conductor, consistía en que las damas escarbaran buscando hasta encontrar una caja que contenía un brazalete que habrían de ponerle a su pareja; de por medio se encontraban en juego el monto que cada hombre le apostaba a “su hembra”. Lo digo así entre comillas por que la actitud de los varones era similar a la de disponer de cualquier caballo, toro o gallo, que fuesen de su propiedad; en este caso disponían de las damas, para que se revolcaran en un potrero lleno de estiércol debajo del cual se habían escondido unas cuantas cajas con el simbólico brazalete que le daba el control y el mando al macho. Esto es, un programa repleto de simbolismos y mensajes, en donde el hombre es totalmente superior a la mujer y ésta no sólo lo reconoce, sino que se humilla al grado de revolcarse en mierda para que su viejo este contento, gane dinero y encima de todo la regañe ninguneándola por no ser de las primeras; todo esto entre carcajadas, gritos y comentarios soeces de los hombres agrupados detrás de la cerca del potrero; divertidos a morir mientras las mujeres se ensuciaban no se si a placer o con asco entre la pestilencia y los lodos de caca de animal. No supe ya que paso pues decidí cambiarle y no seguir presenciando el espectáculo de denigrar a la mujer al igual o peor que a una bestia. Ignoro si las damas que en tan buen número participaron piensen por algún momento como yo y estoy seguro de que los hombres que ahí se encontraban les importa muy poco; a todos por igual deben haberles pagado, por lo que no vale la pena pensar en el daño infamante que en sus personas pudieran ellos mismos considerar. Pero un espectáculo así, en momentos en los que se habla de encontrar la equidad de género, de buscar un trato más digno para las mujeres, de honrar a nuestras compañeras de vida, de acabar con la misoginia; de erradicar el machismo y encontrar una igualdad más democrática; de no provocar feminicidios ni cualquier tipo de violencia contra la mujer, es inadmisible e intolerable. El hecho de divertir o entretener personas de diferentes edades que confluyen a los programas de televisión abierta o cerrada con escenas que conllevan esa violencia implícita en la burla y desdoro que se hace de ellas, indudablemente está educándonos en el machismo, la desigualdad, la inequidad y el abuso contra el sexo femenino; habla también de normalizar este tipo de situaciones generalizándolas aún más. Habla de normalizar la impunidad y de una falta de regulación y supervisión adecuada de la autoridad para erradicar estas conductas intencionales o no pero igualmente perjudiciales para una sociedad que de forma muy incipiente aún pretende acceder a relaciones más dignas y respetuosas no sólo como una pose demagógica sino como una necesidad urgente de atenuar y erradicar cuanto antes conductas y costumbres ancestrales pero de las que ahora conocemos su dañino alcance en la salud mental, individual y colectiva; en la cultura, en el desarrollo y hasta directamente en la economía. Una economía machista es mientras más, antidemocrática, desigual, inequitativa, discriminatoria y afecta a todos por igual, aunque haya quienes aún no se den cuenta. El colmo es que las televisoras tan moralinas y doble cara que tenemos sigan haciendo lo que les viene en gana. Las autoridades de gobernación federales y estatales, Institutos y autoridades que dicen proteger a la mujer tienen la palabra. ¿Cuál es su Opinión?