Vínculo copiado
¿Así que Eutropia es a la vez muchas ciudades y no una sola? ¿Cómo es eso? Y, sobre todo, ¿qué significa que sus moradores las habiten por turnos? El emperador de los mongoles nunca antes había escuchado nada semejante, y Marco Polo disfrutaba viéndolo sumido en su estupor.
00:04 domingo 2 diciembre, 2018
Lecturas en voz altaCuando Marco Polo –según cuenta Italo Calvino en Las ciudades invisibles- habló de Eutropia a Kublai Khan, el emperador de los tártaros abrió desmesuradamente los ojos y se mostró sumamente sorprendido. ¿Por qué el viajero se empeñaba en hablarle siempre de ciudades y no de minas, de verdes campos o ya por lo menos de delicadas fragancias? Una vez se lo preguntó, pero no obtuvo por respuesta más que un largo silencio. «Al entrar en el territorio que tiene por capital a Eutropia –dijo Marco Polo dando así inicio a su relato- el viajero no ve una ciudad sino muchas de igual importancia y no muy disímiles entre sí, desparramadas en un vasto y ondulado altiplano. Eutropia no es una, sino todas esas ciudades al mismo tiempo; una sola está habitada; las otras, vacías; y esto ocurre por turno. Diré ahora cómo». ¿Así que Eutropia es a la vez muchas ciudades y no una sola? ¿Cómo es eso? Y, sobre todo, ¿qué significa que sus moradores las habiten por turnos? El emperador de los mongoles nunca antes había escuchado nada semejante, y Marco Polo disfrutaba viéndolo sumido en su estupor. Tras una larga pausa, el incansable viajero prosiguió su narración de la siguiente manera: «El día en que los habitantes de Eutropia se sienten abrumados de cansancio y nadie soporta más su trabajo, sus padres, su casa y su calle, las deudas, la gente que hay que saludar o que te saluda, entonces toda la ciudadanía decide trasladarse a la ciudad vecina, que está ahí, esperándolos, vacía y como nueva, donde cada uno tendrá otro trabajo, otra mujer, verá otro paisaje al abrir las ventanas, pasará la noche en otros pasatiempos, amistades, maledicencias. Así sus vidas se renuevan de mudanza en mudanza… Mercurio, el dios de los volubles, a quien está consagrada la ciudad, cumplió este ambiguo milagro». Eutropia es la ciudad de los recomienzos. De pronto, el zapatero se cansa de ser lo que es y se va a otra ciudad, donde ahora será médico; la mujer de uno, cansada del mismo hombre, se arroja entonces a los brazos de otro; el hijo cambia de padres, y los padres de hijo, para permanecer en esta condición provisional hasta el momento en que todos se aburren y la vida vuelve a comenzar bajo otro cielo, en otra ciudad (que tiene, por lo demás, el mismo nombre, cual si en realidad nada cambiase). Abandonar, soltar, olvidar: he aquí a lo que se dedican estos hombres extraños, habitantes de una ciudad en la que nada tiene derecho a perdurar más de lo que ellos considerarían prudente. ¿Qué es el amor, por ejemplo, en esta ciudad maldita? La respuesta es sencilla: aquello que pronto o tarde acabará por aburrir. Con mucho gusto un eutropiano habría hecho suyas las palabras que uno de los personajes de La sonata a Kreutzer, la novela de León Tolstoi (1828-1910), pronunció un día sobre este escabroso asunto: «El amor es la preferencia exclusiva de una persona a todas las demás. Pero, pregunto: ¿una preferencia por cuánto tiempo? No por toda la vida, claro está; eso no se ve más que en las novelas; en la vida, jamás. En la vida, esa preferencia de uno sobre todos rara vez dura varios años; lo más común es que sólo dure meses, cuando no semanas, días, horas»… Los habitantes de Eutropia se unen unos con otros sabiendo de antemano que su amor no será eterno, sino efímero y provisional. Pronto se cansarán e irán a otra ciudad –igualmente llamada Eutropia- para olvidar lo que quedó atrás y comenzar de nuevo. Y así una y otra vez, una y otra vez, hasta que la gente se haga vieja y llegue la muerte. (¡La muerte! ¿Pero para qué hablar de ella? ¿Para qué pensar en el mañana si lo único que importa es el día de hoy?). Eutropia es la ciudad del hastío, el lugar donde el amor no existe, ni puede existir. Pues amar, ¿no es perseverar, no es durar? El que ama quiere quedarse, es decir, permanecer; pero en Eutropia nadie permanece: todos se van: Eutropia es otro de los nombres del infierno. El hombre cansado estará siempre ante la tentación de venirse a vivir aquí. ¿Por qué no ver otros paisajes, otro cielo, amar otros seres? Pero, aunque la tentación sea grande, no debería hacerlo por ningún motivo. A la larga se desesperaría y acaso hasta acabaría quitándose la vida, pues nadie sería para él de por vida, de por muerte.
¿Qué es el amor sino una colección de bellos recuerdos? ¡Ay, los humanos somos así: sólo podemos amar a quienes nos recuerdan algo! Pero en Eutropia, ¿quién recuerda nada a nadie? Unos extraños: eso es lo que son los unos para los otros.
Nuestras ciudades ultramodernas hacen todo lo posible por parecerse a Eutropia, y algunas, por desgracia, lo están ya consiguiendo. ¡Si está roto, no lo arregles!: he aquí el título de un libro que apareció recientemente en nuestras modernas y muy bien abastecidas librerías. ¿De qué hablaba el autor (Greg Behrendt) en él: de un jarrón o de algo parecido que se le hubiera al lector resbalado de las manos? ¿Se trataba, por ejemplo, de un libro para aprender a hacer manualidades? No. ¡Hablaba del matrimonio, hablaba del amor! Y luego, un poco más abajo del título, podía encontrarse, a modo de subtítulo, la siguiente leyenda: «Es un hecho: él ya no es tu pareja. Sécate las lágrimas, lee este libro y vuelve a descubrir lo maravillosa que eres». En este mundo de nómadas, como en Eutropia, cada día todo puede volver a comenzar. ¿Para qué pegar lo que está roto si nunca ya quedará igual? ¿Para qué perder tiempo tratando de reparar lo irreparable?
Recomenzar, iniciar de nuevo. ¿Hasta cuándo? Hasta que todos descubran que están solos, irremediablemente solos: desamparados. Pero de esto, por desgracia, nada dijo Marco Polo a Kublai Khan. Me imagino que para que él, por sí mismo, lo adivinase.