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Algunos vidrios rotos y enseres maltratados por los estallidos eran cuanto pudimos observar
00:05 lunes 7 octubre, 2019
VIRALESEl fin del terrorismo no es solo matar ciegamente,
sino lanzar un mensaje para desestabilizar al enemigo.
Umberto Eco.
Aquel estruendo fué algo tremebundo y lo llevo conmigo en forma vívida por lo que haya sido, mi edad muy apenas adolescente o infantil o por el significado de circunstancias atemorizantes que se vivían en el país. En pocas horas se habían producido en varias partes de la República y en nuestra ciudad al menos tres bombazos con víctimas fatales cada uno de ellos, corría el mes de Septiembre de 1975. Recuerdo que mi amigo Manuel y el que escribe habíamos acudido de pinta al centro de la ciudad, pues consideramos que era nuestra responsabilidad enterarnos personalmente de lo que temprano en la secundaria corría de boca en boca con múltiples versiones: En la madrugada había estallado un artefacto en la tienda Sears en plena Plaza de Armas matando cuando menos al velador de esa negociación ("cuando menos" pues ya sabe que siempre hay una tendencia a minimizar daños) y otro más en plena calle Hidalgo con otra víctima. La curiosidad de esa edad y el morbo de todas las edades llevaron a otras muchas personas y palomillas de jovenzuelos a asomarnos a los lugares que las "extras" de los periódicos consignaban. Algunos vidrios rotos y enseres maltratados por los estallidos eran cuanto pudimos observar. Ya sin más que "dizque analizar" acudimos a pajarear a Woolworth cuya gran novedad era una escalera eléctrica que a veces recorríamos más de tres veces sin ninguna necesidad. Nos encontrábamos en el segundo piso esculcando los acetatos y cassetes de moda como Santana, Oscar Chávez, Los Credence, Roberto Carlos, José José entre otros, más de pronto vino el estallido que sacudió todo cual temblor, interrumpió la energía eléctrica y nos dejó zumbando los oídos. Permanecimos en cuclillas asustados de lo que no se sabe, después notamos los gritos y llantos del personal femenino, algunas de las chicas se encontraban en shock. Los encargados no ataban ni desataban y en medio del caos solo atinaron a usar algunas linternas y darle salida a la gente urgiéndonos para que abandonáramos las instalaciones. Asustados ganamos la calle por Hidalgo frente a “las tortugas”, percatándonos que el evento no había sido donde estábamos pues las sirenas, silbatazos y gritos se podían ubicar por Álvaro Obregón hacia el poniente. Sin darnos cuenta de nuestra imprudencia ni de nada, nos dirigimos hacia Allende escabulléndonos de vehículos y personal militar que estaban por todas partes. Manolo pensaba en su hermana Bertha que trabajaba en la tienda "PH" donde ahora está Famsa. No me dejaron seguir hacia allá pero regresé por Allende hacia la Plaza de Armas sin que nadie me obstaculizara, encontrando sobre la banqueta frente a Banamex (que ahí sigue) una persona quizá veinteañera boca arriba aventando borbotones de sangre por la boca. Estaba muriendo según confirmamos después. Recuerdo su calzado mocasín color vino pues yo traía un par similar. La impresión fué impactante y comencé a sentir el susto a plenitud. Tal vez fueron solo segundos en ese trance. Los soldados me amenazaron con sus armas y a gritos e insultos me obligaron a salir corriendo de esa cuadra que había quedado desierta después del bombazo oculto en una papelera en la esquina de Obregón y Allende. Manuel vió a su hermana y ella, preocupada, lo mandó a casa. Ahí terminó el evento pero no la experiencia terrorista. Más tarde en la azotea de mi casa donde construimos un palomar, nos reunimos a platicar el tema y especular consternados. Ya por la noche supimos que los soldados se habían llevado Jesús Mejía Lira, que era líder en la prepa de la Uni y hermano de Eugenio, otro de la palomilla. Luego trascendieron los nombres de Julio Hernández, González Charó, Ricardo Moreno, Carlos López estos últimos a quienes entonces no conocíamos. Se les acreditaban los bombazos que luego reivindicó la Liga 23 de Septiembre, con quienes se les quiso identificar. Eso fué otro efecto del terror que finalmente logró su cometido de significación publica y reflexión colectiva hacia la situación del país. Eran los años de la Guerra Sucia. Romántica y temerariamente muchos jóvenes se habían enrolado en la lucha por cambiar el establishment a través de la guerra de guerrillas, orillados quizá por la represión del régimen que no permitía que se le viera a los ojos y menos aún que se le contestara o cuestionara de frente... lo que obligaba a la clandestinidad. Era la crisis de un sistema que aún dio para más moderando sus alcances a través de reformas como la de 1977 (Reyes Heroles y López Portillo). Tuvieron sin embargo que darse sucesos como el que relato, como la matanza del 2 de Octubre de 1968, la represión del 1971; la ola de secuestros políticos y no de negocios; atentados y muertes como la de Lucio Cabañas y Genaro Vázquez; el montón de presos políticos, asesinatos y desaparecidos. No soy nadie para juzgar los métodos de la guerrilla ni valorar las causas del terror, ni la respuesta de un Estado intransigente y cerrado al diálogo. Solo recuerdo que el terror no es un solo hecho, es el aglomerado de muchos errores que ahora debemos evitar...por eso conviene revisar la historia y dialogar.