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La elección fue muy cerrada. Funcionó, en realidad, como una suerte de referéndum...
00:02 domingo 6 noviembre, 2022
ColaboradoresLa elección fue muy cerrada. Funcionó, en realidad, como una suerte de referéndum entre dos proyectos de nación antagónicos La elección fue muy cerrada. Funcionó, en realidad, como una suerte de referéndum entre dos proyectos de nación antagónicos. Uno gobernante a partir de una plataforma y un discurso populistas, presto al cultivo retórico de la indignación, iliberal y refractario al control de las instituciones y los mecanismos democráticos. El otro coalición democrática pero incongruente, articulada en torno a un partido vergonzante por impopular y desacreditado, comprometido con las libertades y los derechos humanos y con probada capacidad de generar riqueza, sí, pero también lastrado por años de corrupción injuriante, y ayuno de nuevos liderazgos que sepan escuchar y atender las demandas de un mundo que ya no es del siglo XX. La cosa terminó, en gran medida, en enfrentamiento de aparatos –es el clientelismo la enfermedad autoinmune de las democracias inmaduras–, en cuyo final de fotografía acaso haya privado el criterio no de los ciudadanos que se pronunciaron por una opción vieja sino el de los que rechazaron una probadamente atroz. La jornada electoral no fue tersa, en gran medida porque el sistema de seguridad del país está politizado, responde no a un Estado sino a un gobierno. Así, la policía de caminos bloqueó no pocos accesos a casillas de votación ubicadas en las zonas más proclives al proyecto de oposición, lo que no bastó para secuestrar la elección pero sí para polarizar los ánimos en las calles físicas como en las avenidas digitales. De ahí que a tres días de los comicios sigan pletóricas las protestas del polo derrotado, con carreteras bloqueadas, llantas ardientes y camiones transformados en barricadas. El país quedó dividido: 50.9 por ciento para el candidato triunfador, 49.1 para el perdedor. El país quedó partido, pintada cada mitad de un color distinto, representación gráfica de la tensión latente –y amenazante– entre los estados más ricos y los más pobres. El nuevo presidente habrá de gobernar sin la capital y sin las dos principales ciudades. Habrá de gobernar sin mayoría en el Congreso. Peor, habrá de hacerlo sin el reconocimiento explícito de quien es no sólo su oponente derrotado sino su antecesor en el poder: el mismo que consagró buena parte del proceso electoral a poner en duda –aun si sin argumento alguno– la imparcialidad de la autoridad electoral; el mismo que, pasados los comicios, nunca aludió a los resultados ni felicitó al ganador. Cierto: afirmó que “en tanto presidente de la República y ciudadano, seguiré cumpliendo todos los mandamientos de nuestra Constitución”. Cierto: su jefe de gabinete declaró que el presidente lo autorizó a iniciar el proceso de transición cuando la Ley lo mandate. Formas democráticas tan pobres que apenas si contribuyen a la gobernabilidad. Esto sucede en Brasil hoy.
POR NICOLÁS ALVARADO
IG: @nicolasalvaradolector