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En el teatro de la política mexicana, el espectáculo ha alcanzado nuevas alturas de absurdo
00:02 viernes 15 marzo, 2024
ColaboradoresEn el teatro de la política mexicana, el espectáculo ha alcanzado nuevas alturas de absurdo. Nos encontramos frente a un circo mediático donde la banalización de la política alcanza su máximo esplendor, inmersos en el frenesí de las campañas políticas para el proceso electoral federal y local.
En lugar de discutir propuestas con sustancia y viabilidad, nos vemos inundados por personajes que buscan medirse en popularidad en lugar de capacidad. La falta de sensatez de la casta política es alarmante, ya que se empeñan en idealizar el déficit fiscal como la panacea para resolver todas las necesidades de la población. ¿Quién necesita planes concretos cuando se pueden prometer utopías financiadas con deuda pública? El discurso político se ha reducido a una competencia de retórica vacía, donde las promesas grandilocuentes no tienen fundamento alguno. La verdad se pierde en un mar de demagogia y falsas esperanzas. Es más fácil ganar votos prometiendo el cielo y la tierra sin importar la viabilidad económica. Esta casta política, incapaz de hablar con sinceridad sobre la función del Estado y la administración de los recursos, prefiere sumergirse en un mar de promesas insostenibles. La idealización del déficit fiscal como la panacea para resolver todas las necesidades de la población es un engaño peligroso que solo sirve para alimentar las ilusiones de un electorado desinformado. El síndrome de Robin Hood que infecta estas campañas políticas. Los candidatos parecen competir por ver quién puede repartir más dinero y reducir la edad para recibir una pensión estatal. ¿Pero de dónde saldrá este dinero? Esa es la pregunta que nadie quiere responder. La ilusión de que el dinero público es infinito y que puede satisfacer todas las demandas sociales es peligrosa y engañosa. Si a esto le agregamos que sus ideas se basan en el robo a las personas que día con día salen a trabajar a través de más impuestos y, además, de castigar a la persona exitosa con más carga impositiva, tenemos una receta perfecta para destruir la base productiva de riqueza en nuestro país para convertirnos en esclavos del único que concentrará los recursos: el Estado.
Una gran cantidad de perfiles políticos se caracterizan por su populismo desbordado, su habilidad para el discurso repetitivo y su completa falta de capacidad técnica. Parece que la retórica verbal y las promesas grandilocuentes son suficientes para ganar el favor del público, mientras que la competencia por la atención se convierte en una carrera hacia el abismo. En este contexto, los perfiles políticos a nivel federal y local son preocupantemente populistas, con una retórica cautivadora pero una capacidad técnica nula. Nos encontramos frente a líderes que son maestros del discurso, pero ignorantes en la implementación de políticas públicas efectivas. Es hora de dejar de ser seducidos por la labia política y exigir propuestas concretas y viables en aquellas problemáticas que realmente deben primar en la discusión pública como el desarrollo de la primera infancia, la atención en salud, mejores servicios educativos; la contención del crimen organizado, la violencia, inseguridad y la administración eficiente de recursos naturales limitados como el agua. Como ciudadanos, nos enfrentamos a la tarea ineludible de informarnos y resistir la tentación de sucumbir ante la farsa. La verdad debería ser nuestro último bastión en un mundo inundado de mentiras y manipulaciones. Debemos ser críticos, cuestionar todo lo que se nos presenta y exigir responsabilidad a aquellos que buscan representarnos. Si nos unimos como sociedad, si rechazamos el espectáculo y exigimos un debate político serio y sustantivo, podemos empezar a construir un futuro mejor para todos. La política no tiene por qué ser un circo, pero depende de nosotros transformarla en un instrumento de cambio real y progreso genuino. Como ciudadanos, es nuestra responsabilidad informarnos y no temer a la verdad, ya que esta debería ser el último recurso que estemos dispuestos a entregar. Debemos demandar transparencia y honestidad a nuestros líderes políticos, y rechazar la demagogia y el populismo que tanto daño han hecho a nuestro país. A pesar de este panorama desalentador, aún hay esperanza. Los ciudadanos tienen el poder de cambiar las cosas si nos informamos, nos organizamos y exigimos responsabilidad a nuestros gobernantes. Mucho de nuestro futuro depende de ello. * Profesor / Activista por el Derecho a Aprender en SLP
Director Ejecutivo en Horizontes de Aprendizaje
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