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Si algo heredó la fallida “estrategia” de ‘abrazos, no balazos’, fue un Estado omiso, que decidió claudicar ante los criminales
00:10 martes 9 diciembre, 2025
Colaboradores
Así va el país. De tragedia en tragedia, de horror en horror. Normalizando la barbarie. Parece que ya nada asombra, que nada provoca la suficiente indignación. Los gobiernos y autoridades en buena parte de México simplemente no existen. Ni siquiera se trata de que estén superados o hayan sido infiltrados por la delincuencia: han desaparecido. Los ciudadanos están solos, a merced de la delincuencia.
Si algo heredó la fallida “estrategia” de ‘abrazos, no balazos’, fue un Estado omiso, que decidió claudicar ante los criminales. Se les dejó crecer y se empoderaron como nunca. Durante el actual gobierno se ha buscado revertir esa herencia maldita, pero el daño era demasiado profundo. Las colusiones llegaron hasta el nivel más alto, los pactos y acuerdos se enraizaron.
Por eso ni toda la voluntad (si es que realmente la hay) ha sido suficiente. Los protagonistas del caos siguen en sus mismos lugares. Prueba de ello es lo que sucede en Michoacán. Hace apenas un mes y una semana, fue asesinado frente a decenas de personas, y ante la mirada de su familia, el valiente alcalde de Uruapan, Carlos Manzo. Lo mataron porque denunció la corrupción, y le puso nombre y apellido a los políticos que mantenían nexos con la delincuencia. Lo asesinaron en una plaza pública a pesar de haber gritado por seguridad ante el cúmulo de amenazas y riesgos.
Apenas han transcurrido cinco semanas de la tragedia, por la que, por cierto, no está siendo investigado ninguno de los políticos denunciados por Manzo -según me confirmó el Fiscal de Michoacán, Carlos Torres Piña, hace unos días-, y otra vez Michoacán es epicentro de la desgracia.
El pasado sábado, un coche bomba estalló en Coahuayana. Sí, un auto cargado con explosivos explotó dejando un saldo de cinco personas muertas y 12 lesionadas. Para dimensionar, los hechos: aquel día, alrededor del mediodía, un automóvil estalló cuando circulaba frente a las instalaciones de la Policía Comunitaria, en el centro del municipio.
¿Qué más tiene que ocurrir para que la sociedad se horrorice? ¿Qué más debe suceder para dejar de tolerar la incompetencia de gobiernos y autoridades? ¿Cuánto más aguantará México? La espiral de crímenes no parece tener freno. Y, parece que, para comenzar a detenerla, los planes y el envío de más fuerzas de seguridad no son suficientes. Primero se necesita desterrar el cáncer de la colusión, corrupción e impunidad que entronaron a los grupos criminales y debilitaron al Estado mexicano.
-Off the record
¿Alguien creerá a estas alturas del partido que el gobernador Alfredo Ramírez Bedolla gobierna algo en Michoacán? Su indolencia, inacción y omisiones, son inocultables… y cada vez más sospechosas.
POR MANUEL LÓPEZ SAN MARTÍN
COLABORADOR
@MLOPEZSANMARTIN