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La Navidad empezó a pedir recibo
00:01 jueves 18 diciembre, 2025
Colaboradores
La postal decembrina del Centro Histórico de la Capital se rompió sola. Familias que buscaban una foto frente al árbol navideño se toparon con personajes que condicionaban el acceso y, horas después, con autoridades que optaron por la salida más fácil: retirar a todos y anunciar que, a partir de ahora, los artistas urbanos deberán tramitar un permiso de comercio. La medida llegó tarde, mal explicada y como reacción a la presión ciudadana, no como resultado de una política preventiva.
Ahí comienza el problema de fondo. La Dirección de Comercio y la Policía Municipal decidieron estirar la ley hasta donde les convino. Porque una cosa es regular actividades comerciales y otra muy distinta es exigir permisos a expresiones artísticas que operan bajo cooperación voluntaria, sin tarifas fijas ni venta de productos. El reglamento no es claro, pero la interpretación sí: meter a todos en el mismo costal. Y cuando la norma es ambigua, la discrecionalidad se vuelve regla.
Lo que no se dice oficialmente es lo más delicado. Un permiso mal definido abre la puerta a cobros “flexibles”, a inspecciones selectivas y a esa figura vieja conocida del cobro hormiga: poquito a muchos, sin recibo y sin transparencia. Cada artista urbano se vuelve una posible cuota, cada esquina un negocio improvisado para quien decide si puedes o no quedarte. Eso no es orden urbano, es un caldo perfecto para la corrupción cotidiana.
Más aún cuando durante años se ha prometido un padrón o directorio de artistas urbanos y no existe ni un borrador. No hay reglas claras, no hay criterios públicos, no hay diálogo. Lo que sí hubo fue ausencia de vigilancia, porque el árbol navideño pasó al menos dos semanas sin presencia policial y de inspectores de comercio constante, a pesar de que a unos metros hay un módulo de seguridad por la temporada frente a Palacio Municipal. Nadie previó, nadie supervisó y nadie actuó, hasta que el problema estalló, como siempre.
Al final, los artistas pagaron la factura de la omisión institucional. No fue prevención, fue reacción. No fue planeación, fue improvisación. Y eso deja una pregunta incómoda: ¿el problema eran los personajes junto al árbol o la incapacidad del Ayuntamiento para gobernar el espacio público sin recurrir al permiso como parche? Porque cuando la autoridad llega tarde, cobra mal y explica peor, el espíritu navideño no se pierde por una foto, se pierde cuando el espacio público empieza a verse, sentirse y administrarse como un simple y muy redituable negocio, pero sin reglas claras.
¡Excelente semana!