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Nadie cuestiona a los bomberos. Los admiramos, y con justa razón
00:10 viernes 31 octubre, 2025
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                Los bomberos libran una batalla contra el incendio de siempre: la indiferencia. La meta de su colecta era un millón de pesos; hasta ahora no han superado los 20 mil recaudados, según los datos más recientes. Para una institución que necesita al menos 2 millones 300 mil pesos al mes para operar, la urgencia se convierte en algo crítico. Pero no es solo eso. Es inverosímil que el Cuerpo de Bomberos de San Luis Potosí tenga que lanzar gritos de auxilio —sí, como esos que todos hemos lanzado alguna vez— a través de una plataforma digital para recaudar recursos. Más increíble aún es que, ante el tibio respaldo de la sociedad, tengan que organizar un evento privado con un artista. Como si se tratara de una causa local, reducida a una kermés escolar o a una excursión comunitaria, en lugar de ser el sostén de vidas humanas cada día. Lo doloroso no es que los bomberos pidan ayuda —en una sociedad donde todos necesitamos de todos—, sino que tengan que hacerlo desde hace años. Nadie cuestiona a los bomberos. Los admiramos, y con justa razón. Como mencioné en algún momento en este espacio, el bombero ejecuta una labor que, a diferencia de muchas otras, es probablemente de las que menos margen de error tiene. Y, de forma muy sui generis, representa un papel lleno de garbo y bríos: pase lo que pase, siempre sale avante ante el reconocimiento y la admiración de la gente, ya sea sofocando un incendio, rescatando personas o llevando a salvo a seres vivos desde lugares imposibles. Sin embargo, detrás de ese abanico de virtudes y valores, los bomberos enfrentan una realidad adversa: salarios bajos, seguridad social limitada y equipo insuficiente o inexistente. Con casco ennegrecido, humo que rasga los pulmones y uniforme remendado, los bomberos siguen a tambor batiente ante cada emergencia. Nunca ponen peros. Lo más revelador: nunca buscan el reconocimiento que otras instituciones sí reclaman. Hacen mucho con muy poco. Y en ese “poco” vamos todos: una sociedad que no los respalda en su colecta, y autoridades que olvidan que esa colecta es apenas un paliativo, no una solución. A los bomberos —como a muchos otros sectores— les urge apoyo inmediato. Necesitan administraciones que no escatimen ni condicionen los recursos de un grupo humano al que siempre se le exige con creces. También requieren que esa empatía ciudadana y esa admiración se traduzca en acción: aportar para su causa, sí, pero también exigir a las autoridades que no los abandonen. Los ciudadanos, además de aportar a la colecta según sus posibilidades —10, 20 o 30 pesos—, podrían pensar en recursos materiales: vendajes, medicinas, ropa, linternas o cualquier equipo que pueda serles útil. Siempre se puede apoyar a los bomberos, de manera similar a cómo nos organizamos cuando hay damnificados. Se pueden juntar víveres, herramientas o insumos; algo así fortalecería su labor y les mostraría que no están solos. Por supuesto, mantener el aprecio y reconocimiento hacia ellos también es valioso; estoy seguro de que, de alguna manera, les da ánimo y refuerza su compromiso. Las autoridades, por su parte, deben mostrar mayor agilidad, transparencia y disponibilidad para apoyar a los bomberos. No se trata solo de la labor del bombero; detrás de cada uniforme hay familias, vidas que dependen de su protección. Aunque idealmente elegimos gobiernos capaces, la ciudadanía debe mantener vigilancia y exigir que las autoridades cumplan con su responsabilidad. Porque, imagine usted, si apagar un fuego no es sencillo, para el bombero lo realmente difícil es mantener encendida la dignidad de su incansable labor. Al final del siniestro —incluido el abandono— los bomberos no solo apagan fuegos. Enseñan a la sociedad a entender el valor del compromiso, la entrega, la valentía y la resiliencia: el aplomo frente a la indiferencia. Admirarlos desde lejos está bien —y justo—, pero, si deseamos una ciudad viva y solidaria, como ciudadanía les debemos acompañamiento, así como empatía con su causa y exigencia. Y se lo digo porque, detrás de cada sirena, dentro de un camión con carrocería rojo vivo, viaja un grupo de hombres y mujeres -con lo que tienen- para enfrentarse a dos incendios: uno desconocido y el otro, el que hemos —tal vez sin darnos cuenta— avivado a través de los años.