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En el mejor de los casos, el argumento es de una contundente puerilidad. Hombre, sí: hay varias...
00:04 sábado 11 febrero, 2023
ColaboradoresEn el mejor de los casos, el argumento es de una contundente puerilidad. Hombre, sí: hay varias personas poderosas por ahí; los millonarios tienen privilegios. Y sí: toca revisarlos. Cuestionarlos. Brillante Los periodistas y moneros a modo lo plantean como una revelación destinada a cambiar el destino del análisis político: en el país, y en el mundo, nuestro presidente no es la única persona poderosa que existe. Hay otros poderes, vaya: el económico, el mediático, el de una oposición agazapada que de una manera curiosa ya perdió, está hundida, pero sigue teniendo harto poder. “Poderes fácticos”, les llaman, para luego, no todos, pero casi, decir que esos poderes hacen lo que le han hecho a todos los gobiernos de izquierda, y que por lo tanto lo que nos toca es criticarlos, revisarlos. En el mejor de los casos, el argumento es de una contundente puerilidad. Hombre, sí: hay varias personas poderosas por ahí; los millonarios tienen privilegios. Y sí: toca revisarlos. Cuestionarlos. Brillante. En el peor de los casos, el argumento es también una premisa: son poderosos, y por lo tanto intrigan en la penumbra para descarrilar al gobierno de los pobres, el gobierno de la justicia y la igualdad. Del cambio. De la transformación, pues. ¿Cómo? “Saboteando” las iniciativas presidenciales, en los tribunales o en las cámaras, y con un uso maligno de los medios para resaltar sus fracasos. “Por supuesto, la idea del golpe de Estado blando no hace más que señalar los peligros de la democracia para un sano, bondadoso régimen autoritario de esos que quieren el bien del pueblo: ¿cómo se atreven a usar los mecanismos del mundo libre para obstaculizar al caudillo? Dejen de criticarlo. Pero el argumento, además de pueril y antidemocrático, es de una categórica indiferencia a los hechos. El siglo XX y el pedazo de siglo XXI que nos ha tocado habla de la indefensión de cualquier “poder” frente al poder del Estado, o del gobierno, particularmente del que tiene una vacación autoritaria. Nada pudieron hacer los empresarios cubanos para frenar el totalitarismo castrista, ni los venezolanos para impedir que Chávez y Maduro acabaran con una potencia petrolera, ni los nicaragüenses contra Ortega, ni los rusos contra Putin. Pero ni siquiera hace falta asomarse al trópico dictatorial o siberiano. ¿Nadie entendió que la democracia gringa estuvo en serio peligro y de hecho acabó seriamente lastimada con Trump, a pesar de la oposición abierta de muchos, pero muchos billones de dólares, y del Partido Demócrata? Bueno, lo mismo para nuestro país. Aquí, los empresarios y los opositores no han sido ni responsables ni capaces de frenar los miles de muertes por covid, el desplome del PIB, los récords de asesinatos y feminicidios o la espantada de los inversores luego del texcocazo. La responsabilidad es de un hombre, el presidente, que tuvo y en parte todavía tiene poderes plenos para hacer y deshacer. Lo de los poderes fácticos, pues, no es más que un seudo marco teórico de complotistas a sueldo. POR JULIO PATÁN
COLABORADOR
@JULIOPATAN09