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El país pierde capacidad de autoconocimiento cuando sólo atendemos los datos que confirman lo que ya creemos
00:11 miércoles 13 agosto, 2025
ColaboradoresVuelvo a mi tema de la semana pasada: la frecuente incapacidad de la conversación pública para habérselas con la textura de la realidad social. Me enfoco en el caso de la reducción de la pobreza.
Primero, una obviedad: desde luego que es una excelente noticia que haya un aumento en los ingresos (sobre todo laborales) que redunde en una caída del número de mexicanos que viven en pobreza. Es un tremendo error, tanto moral como político, regatear o incluso negar esa información sólo por llevarle la contraria al oficialismo. Más allá de su inevitable uso propagandístico –que explotaría cualquier gobierno–, es un dato que significa una diferencia positiva para millones de personas, un cambio que mejora su vida cotidiana: contar con más recursos para bienes y servicios básicos como alimentación, transporte, vivienda o educación. No tendría por qué ser difícil reconocerlo. Un poquito de… por favor.
En paralelo a ese aumento en el ingreso, sin embargo, también es cierto que desde 2018 México ha padecido una tasa de crecimiento económico raquítica (menos del 1% anual promedio), una muy pronunciada caída en el acceso a servicios de salud pública (y, en consecuencia, un aumento significativo en el gasto de bolsillo para ese rubro), el promedio más alto de homicidios y desapariciones en la historia contemporánea, así como múltiples recortes, rezagos y retrocesos en áreas tan socialmente sensibles como la educación o la atención a poblaciones vulnerables (mujeres, niños, migrantes, indígenas, personas con discapacidades o en riesgo por desastres naturales). Desestimar o hasta ignorar esos saldos negativos sólo para “no hacerle el juego a la derecha” es, igualmente, un error moral y político –con el agravante de que al hacerlo desde el poder las consecuencias son más graves–. Otro poquito de… si no fuera mucha molestia.
Hay algo no sólo insensible sino profundamente nocivo en ambas actitudes. Llevadas a sus respectivos extremos, se trata de dos formas de franca deshonestidad intelectual. Una instalada en el enfermizo negacionismo de que no pudo ocurrir nada bueno bajo el gobierno de López Obrador; la otra, entregada al frívolo triunfalismo de la “misión cumplida”, del “no somos iguales”, del reiterar su pretendida “superioridad moral”. Para los primeros, es irrelevante o no es verdad que haya bajado la pobreza; para los segundos, no importa o es falso todo lo demás que siguió igual de mal o empeoró. ¿Qué discusión razonable se puede tener así?
Al final, como país perdemos capacidad de autoconocimiento y de autocorrección cuando, en vez de ajustar nuestras ideas al intricado mosaico que dibujan los datos, sólo retenemos los que confirman lo que ya pensábamos. Quizá sea un ejercicio eficaz para regodearse en la certeza narcisista de tener la razón, pero es inútil para encarar el país que somos. La realidad nunca se pliega a tanta autocomplacencia.
POR CARLOS BRAVO REGIDOR
COLABORADOR
@carlosbravoreg