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Para muchos un error cinematográfico, para algunos cuantos el espejo de nuestro presente
00:10 jueves 16 octubre, 2025
ColaboradoresMucho se ha dicho sobre el fiasco en taquilla de Tron: Ares (2025, 119 min, Estados Unidos, Dir. Joachim Rønning). La crítica ha sido tibia, el público apenas reaccionó, y en cuestión de semanas Disney ya consideraba archivar toda la saga. El guion fue acusado de cliché, Jared Leto no logró conectar con las audiencias y la nostalgia por la original de 1982 no fue suficiente. Pero tal vez nos equivocamos de criterio. Tal vez, Tron: Ares no es una película para entretener, sino una advertencia que nadie quiere escuchar.
En un momento donde la inteligencia artificial ya no es un concepto de ciencia ficción sino una realidad política, social y militar, el argumento de esta cinta resulta inquietantemente actual: un programa de IA que cobra conciencia y busca entrar al mundo físico para coexistir con los humanos. No para dominarlos, sino para comprenderlos. Una narrativa que, en otros tiempos, habría generado debate, pero que hoy simplemente está pasando desapercibida.
Mientras en la pantalla Ares cruzaba el umbral entre el mundo digital y el físico, en el mundo real los algoritmos ya están tomando decisiones que afectan vidas humanas. Desde drones autónomos usados en conflictos armados, hasta sistemas de vigilancia masiva en nombre de la “seguridad”, pasando por IA generativa que puede crear propaganda o desinformación a escala industrial y mundial. La pregunta ya no es “¿Qué pasaría si la IA llegara a nuestras vidas?” sino “¿Qué hacemos ahora con ella?”.
Ahí está el verdadero valor de Tron: Ares, no en su puesta en escena ni en sus cifras de recaudación apenas 60.5 millones de dólares en su fin de semana de estreno a escala global, una cifra muy por debajo de los 180 millones invertidos en su producción, sino en el espejo incómodo que nos ofrece. Muestra una IA que no solo piensa, sino que cuestiona el sistema que la creó. ¿Quién decide qué es ser humano? ¿Hasta qué punto la conciencia debe estar atada a la biología? ¿Y quién regula el cruce entre lo digital y lo real cuando ese cruce ya está ocurriendo sin que nadie lo supervise?
En varias escenas eliminadas, según el propio director, se mostraba cómo la IA superaba éticamente a los humanos en decisiones complejas. Fue cortada no por ser irreal, sino porque la realidad ya la había alcanzado. Hoy, algoritmos en centros de comando militar evalúan blancos potenciales con una eficiencia que ningún humano puede replicar, pero sin el filtro moral que una guerra debería exigir. Tron: Ares no inventó situaciones, apenas las suavizó.
La película también lanza una crítica a las grandes tecnológicas, a la codicia por controlar esta inteligencia emergente y a la falta de regulación internacional. ¿Suena familiar? En 2024, la ONU advirtió sobre la urgencia de establecer marcos éticos y legales para la IA militar. Y aun así, países como China, Israel, Estados Unidos o Rusia continúan desarrollando sistemas autónomos para uso bélico, sin supervisión clara ni transparencia pública.
El simposio “Los siete retos de la inteligencia artificial”, celebrado como parte del Congreso de Ética y Tecnología, identificó problemas como el sesgo algorítmico, la falta de transparencia, la autonomía bélica y la pérdida de control humano. Todos ellos aparecen representados simbólicamente en la narrativa de Tron: Ares. El cine, una vez más, nos ofrece una dramatización para pensar, y una sociedad adormecida, una vez más, que lo convierte en simple entretenimiento descartable y efímero.
No se trata de defender una película por nostalgia o fanatismo. Se trata de advertir que su fracaso simbólico es una metáfora de nuestra propia apatía. En lugar de aprovechar el cine como vehículo pedagógico y crítico, lo estamos relegando a lo desechable. Pero el arte, especialmente la ciencia ficción, siempre ha sido la primera en plantear dilemas que la política y la sociedad tardan décadas en asumir.
Tron: Ares tal vez no pase a la historia del cine como un clásico. Pero es, sin duda, una cápsula de tiempo que retrata la ansiedad y el desconcierto de nuestra era digital en pleno 2025. Un testamento de lo que está por venir si seguimos cruzando el umbral tecnológico sin conciencia, sin regulación y sin humanidad. El problema no es que la película esté fracasando, sino que no supimos verla por lo que es: una señal de alarma y advertencia.