Vínculo copiado
#ESNOTICIA
#ESNOTICIA
Un ensayo sobre la patología del narcisismo culpígeno: creer que sentir culpa es lo mismo que ser culpable
00:01 domingo 7 diciembre, 2025
Colaboradores
La culpa es una emoción útil para el proyecto aristotélico de la vida examinada: usar la razón práctica para deliberar, formar el carácter y orientar nuestras acciones hacia la virtud. El sentimiento de culpa es susceptible de acicatear la reflexión ética acerca del estado del mundo y nuestra responsabilidad en él. Sucede, sin embargo, que cuando la culpa deja de funcionar como recurso autocrítico y se vuelve una obsesión autoflagelante en lo que desemboca, más bien, es en una vida enfermiza: la del yo que pierde la capacidad de diferenciar entre su mundo interior y la realidad, al grado de actuar como si los males e injusticias de reconoce no fueran resultado de procesos históricos complejos sino producto directo de su propia existencia. Natalia Carrillo (CDMX, 1984) y Pau Luque (Barcelona, 1982) publicaron en 2022 un libro que explica esa patología psicocultural y cuyo título retoma un concepto acuñado por Erich Fromm: “Hipocondría moral” (Anagrama). El ensayo desarrolla su argumento a partir de insumos provenientes lo mismo de un caso de la vida real (Kathy Boudin) que de una novela (Philip Roth), de una obra periodística (Joan Didion) que de la crítica social (Mark Fisher) y la filosofía moral (Bernard Williams). “El hipocondríaco moral”, postulan, “tiene dos rasgos narcisistas mezclados: pensar que es más importante de lo que realmente es, por un lado, y no poder distinguir entre sentir que ha actuado mal y haber actuado de hecho mal, por el otro. Siente indignación acerca de algún acontecimiento sin que eso implique que en efecto haya cometido una injusticia, más bien es una proyección de su propia vida psíquica […] No es alguien que nunca es culpable, sino alguien que cree que lo es únicamente por sentir culpa”.
La sensibilidad –o mejor dicho, el sentimentalismo– de cierta progresía contemporánea tiende a exagerar la dimensión individual de los problemas colectivos y a imponerse, desde ahí, una exigencia absurda: resolverlos mediante un sacrificio personal que supone una obligación supererogatoria, pero que termina funcionando como una exhibición de egocentrismo insaciable más que como una intervención política concreta y significativa. Lo suyo, en suma, son gestos de mortificación que escenifican inocencia y reprochar falta de virtud en los demás, no un análisis que comprende los conflictos y asume responsabilidad al respecto. Al convertir la culpa en un imperativo categórico cuya intensidad se hace pasar como compromiso, la hipocondría moral engendra una suerte de teatralidad puritana en la que sentirse profundamente culpable equivale a actuar bien. Contra semejante autoengaño, Carrillo y Luque proponen recuperar una ética sin histrionismo: realista sin ser cínica, consciente de sus alcances y límites, que no confunda alucinación narcisista con actividad política. “La culpa”, concluyen, “no debería ser un veredicto automático e irreversible de culpabilidad, sino una punzada para examinar nuestras vidas”. El resto es mero performance. POR CARLOS BRAVO REGIDOR