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El primer reto al hacer una serie documental sobre él era no desbarrancar en esos aspectos de su personalidad
00:10 martes 11 noviembre, 2025
Colaboradores
Juan Gabriel tenía sin duda algo de genio, pero su genialidad era de las del tipo incómodo: podía resultar estridente, con ese predecible punto de egomanía, no ajeno a ciertas frivolidades y a ciertos excesos en el auto homenaje.
El primer reto al hacer una serie documental sobre él, como la que estrenó hace poco Netflix, era por lo tanto no desbarrancar en esos aspectos de su personalidad, no atascarse en ellos, y reflejar en cambio sus otros atributos, muchos y buenos: la generosidad con sus colegas, el altruismo, el talento desbordado, la capacidad de trabajo (escribió canciones por decenas, para él y para otros), la inteligencia para sobrevivir en un mundo de chacales como solía ser el de aquella industria, el sentido del humor y su vocación de padre de familia. Bueno, pues María José Cuevas, la directora, lo consiguió, sobradamente.
“Juan Gabriel: debo, puedo y quiero” es un ejercicio en verdad virtuoso de ritmo en la dirección y calidad en la edición. Descubrimos ahora que Juanga, o don Alberto Aguilera, como fue bautizado, fue, aparte de músico y actor de ocasión, un meticuloso documentalista de su vida. Aficionado a la tecnología, mucho antes de los teléfonos inteligentes con cámara, y a pesar de sus reticencias con los medios, se hizo grabar durante horas y horas, no solo en sus comparecencias públicas, sino incluso en esa intimidad familiar que siempre mantuvo fuera de los reflectores.
Con gran habilidad, María José y su equipo ensamblaron la historia de su vida a partir, sobre todo, de esa notable cantidad de material. Y ahí está esa vida, completa, bien narrada, desde la infancia durísima, en la miseria del México profundo, con una madre distante y mal rollo que nunca le concedió un reconocimiento, hasta el éxito alucinante, a partir de los años 70, hasta sus conflictos con Hacienda y la justicia gringa, hasta el polémico concierto en Bellas Artes, y hasta sus últimos días, dominados por la conciencia de su muerte muy cercana, que según podemos ver enfrentó con una serenidad inteligente que casi podríamos calificar de sabia.
El resultado es a un tiempo complejo y grato de ver. Sin desmayar un minuto, “Juan Gabriel: debo, puedo y quiero” redondea un retrato matizado del divo de Juárez, un retrato generoso que sin embargo no nos regatea sus malos momentos. No hay por qué sorprenderse.
María José Cuevas había dado muestras sobradas de sus capacidades en “Bellas de noche”, muy recomendable, igual que la productora, Laura Woldenberg, tiene ya unos cuantos títulos de muy buena calidad, incluidos “La oscuridad de la Luz del Mundo” y “Las tres muertes de Marisela Escobedo”. Aquí, sin dudas, atinaron de lleno.
Harían bien en regalarse un maratón. O medio maratón: son cuatro capítulos que no deberían robarles más de un fin de semana.
POR JULIO PATÁN
COLABORADOR
@JULIOPATAN09