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Todo transcurre desde la mirada de una niña que aún no está en edad de comprender, pero que ya intuye
00:10 domingo 10 agosto, 2025
ColaboradoresLa Casa Limón (Tusquets, 2024) es una novela que vuelve a la infancia no para suscitar nostalgia sino con el empeño de narrar su historia desde ese peculiar asombro que tienen los ojos niños, inocentes pero perceptivos. Columpiándose entre el diario, la evocación lírica y el testimonio, Corina Oproae (Fagara?, 1973) recupera la experiencia de su familia durante los últimos años del comunismo en Rumania y los primeros tras su colapso. Pero la suya no es una obra sobre el fin del régimen de Ceau?escu y sus secuelas, sino sobre lo que pervive en la conciencia de una niña que crece entre las ruinas de un mundo que se va extinguiendo pero nunca acaba de decir adiós. La casa limón es no sólo un escenario, es el universo. Contiene y desborda a quienes viven en ella o la visitan: parientes, amigos, vecinos, recuerdos que a veces aparecen como presencias dulces y otras como sombras turbias. Todo transcurre a través de la mirada de una hija menor que todavía no está en edad de comprender, pero que ya va intuyendo. Y esa intuición —vaga, tierna, inquieta, curiosa, recelada— es lo que vertebra el relato. La voz narrativa no intenta imponer un orden exterior, la suya es una reconstrucción más emocional que cronológica. No rememora con rigor fáctico ni lógico, sino con lucidez afectiva. Los personajes no tienen tanta densidad psicológica, pero eso no los hace menos relevantes. Son figuras que sobresalen intermitentemente: en un gesto, una frase, un juego o en una ausencia. Todos habitan un mundo de evidente precariedad material, pero también de excepcional riqueza sensible, donde lo fundamental ocurre en lo mínimo: en el sabor de una fruta, la espera de la noche, la electricidad de una noticia que se anuncia por la radio. Lo más emocionante del libro es, quizá, cómo va registrando la huella de lo irremediable: la infancia termina y con ella el país que habitó. No hay discursos, solo imágenes: un apagón, una fila para conseguir pan, un disparo en la televisión. Oproae no ilustra ni explica, insinúa. Y en esa capacidad de insinuar está el filo de su escritura: vamos llevados de la mano por una niña encantadora que no entiende pero siente lo que pasa, que percibe como poco a poco su mundo se resquebraja. La Casa Limón no es un libro de grandes giros narrativos; su argumento se desdobla un poco como la vida, alternando erráticamente entre inercias y trompicones. Pero en el revés de cada instante no deja de latir la memoria como una pregunta abierta: ¿Qué queda de nosotros cuando el mundo en que crecimos desaparece? ¿Cómo se sostiene la identidad cuando se desmorona el marco que la contenía? Oproae, más que brindar respuestas, abre grietas como aquellas de las que cantaba Leonard Cohen: Ring the bells that still can ring Forget your perfect offering There is a crack, a crack in everything That’s how the light gets in. POR CARLOS BRAVO REGIDOR COLABORADOR @CARLOSBRAVOREG