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Cuando Biden ganó por apretado margen en 2020, las élites y los émulos de Hillary se sintieron reivindicados
00:02 miércoles 7 mayo, 2025
Colaboradores“Una canasta de deplorables”. Así describió Hillary Clinton a los partidarios de Donald Trump, su rival en las elecciones presidenciales de 2016. Hillary perdió estrepitosamente, no obstante su brillante y brilloso currículum y la exitosa gestión de su jefe Barack Obama, a pesar de lo que la mayoría de los medios tradicionales y las casas encuestadoras indicaban.
Ocho años después, la desafortunada frase todavía se recuerda, no sólo como una muestra de lo que nunca hay que hacer en política (denostar a los votantes), sino como un reflejo de la arrogancia de las élites que siempre creen que lo saben todo, cuando en realidad hace tiempo dejaron de entender lo que está pasando a su alrededor.
Cuando Joe Biden ganó por apretado margen en 2020, las élites y los émulos de Hillary se sintieron reivindicados: el sentido común y la inteligencia habían triunfado, desterrando al prejuicio y la ignorancia. No hace falta ser premio Nobel para entender por qué Donald Trump regresó por la puerta grande cuatro años después.
Algo parecido sucedió en México en 2006: después de múltiples intentos por descalificar a Andrés Manuel López Obrador a lo largo del sexenio foxista, Felipe Calderón obtuvo el más apretado triunfo, en medio de severos cuestionamientos al proceso y al resultado. Entonces, un reconocido empresario declaró, con alivio, “pasó cerca la bala”. Las élites y los ganadores descorcharon la champaña o la sidra, pero AMLO ya estaba de nuevo recorriendo el país y haciendo campaña. La bala no había pasado cerca, se había quedado congelada en el espacio, para reactivarse 12 años después.
No faltaron desde entonces, y hasta la fecha, epítetos peyorativos para él y sus simpatizantes, y la discusión de lo público en nuestro país se empantanó, literalmente, en el fango de chairos y fifís, pero también del insulto y descalificación a los votantes.
En Europa, pasa algo similar con los fenómenos de la ultraderecha en Francia, Alemania o Países Bajos: desde las torres de marfil se condena al fascismo y la ignorancia histórica de los votantes sin ahondar en sus auténticas -y genuinas- preocupaciones que les provocan no sólo la migración, sino las nuevas e inequitativas dinámicas económicas y sociales.
Qué decir del Brexit, ese acto de daño auto infligido que -se dijo- no podría suceder y, cuando sucedió, se culpó de nuevo a los prejuicios y la ignorancia de los votantes.
Cuando se aburrían de insultar a los ciudadanos, los perdedores en esos y muchos otros casos descubrieron una palabra mágica: populismo. Quien les gana en las urnas, los supera en popularidad o les da tres vueltas en política automáticamente se gana el calificativo, que quiere decir todo y nada, pero al que en su momento Obama y Trudeau defendieron en un encuentro de líderes de América del Norte.
Pero, y aquí el gran pero, en medio de la riqueza descriptiva de los perdedores rara vez se encuentra la palabra autocrítica, esa que tanta falta nos hace a todos, sobre todo a quienes aspiran a ser líderes o, cuando menos, generadores de ideas y no sólo de descalificaciones maniqueas.
POR GABRIEL GUERRA CASTELLANOS
@GABRIELGUERRAC