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¿Es hoy ser de izquierda una vacuna contra el autoritarismo? ¿Hasta dónde alcanza?
00:27 lunes 6 marzo, 2023
ColaboradoresEn el siglo pasado, “izquierda” era una mala palabra para las clases medias. Alguien se decía de izquierda e ipso facto se manifestaba un coro en el que cabía detectar las palabras “comunista”, “dictadura” y “ayquemiedo”. (Rara vez se oía “comeniños” pero aventuro que sólo por pudor.) La izquierda que imaginaba el (pequeño) burgués del Occidente de aquella época no era la socialdemócrata de Léon Blum y Willy Brandt sino la soviética o la castrista. Y la condenaba con celo casi mccarthyista. Hoy, al amparo de la revolución digital, de las reivindicaciones identitarias, del nuevo auge del feminismo y de la crisis de la democracia liberal, “izquierda” ha devenido una buena palabra. El progresismo se prestigió y el colectivismo se puso de moda, lo que ha llevado a que toda suerte de corrientes políticas busquen cobijarse bajo su égida. Por cada Macron que se reivindica “ni de gauche ni de droite”, hay una Jacinda Ardern (socialdemócrata y feminista moderada) o un Jean-Luc Mélenchon (orondo populista) que reivindican para sí y para su partido, movimiento y/o gobierno la etiqueta de izquierda. En paralelo a este fenómeno ha advenido un auge de proyectos de “democracia iliberal” o, en términos más llanos, de populismos. Estos son condenados a escala global por esa misma clase media ilustrada… pero no en redondo. Visto en las páginas de The Guardian y en los debates entre intelectuales extranjeros en la FIL Guadalajara: la descalificación inmediata, articulada y justificadísima de todo populista de derecha (Trump, Bolsonaro, Orbán, Erdogan) pero una reticencia a hacer lo propio con algunos que se dicen de izquierda (Kirchner y sucesores, Pablo Iglesias o, sí, López Obrador). No es que los opinadores extranjeros salgan en su defensa; es que evitan hablar de ellos, acaso por resultarles la mera noción de populismo irreconciliable con la palabra que hoy encarna el Zeitgeist. La excepción a esta regla es, claro, el chavismo: tan innegablemente antidemocrático, tan cercano al modelo (y al gobierno) cubano que no hay manera de que un demócrata pueda eludir su condena. Desde hace unos días el llamado Plan B de destrucción de nuestro órgano electoral autónomo ha conferido a México el mismo dudoso estatuto. No lo digo yo. Lo han dicho The Atlantic y el Financial Times, el L.A. Times y el New York Times y, más importante, el Partido Demócrata y el Republicano, en la Cámara Baja y en el Senado, en Estados Unidos. En Francia, el cotidiano de derecha –Le Figaro– y el de izquierda –Libération, fundado por Sartre– dan idéntica lectura a la intentona del gobierno contra el INE: un atentado contra la democracia. A la percepción internacional del régimen se le acabó la fuerza de la mano izquierda. Si la razón subyacente no fuera la peor posible, diría que son grandes noticias.
POR NICOLÁS ALVARADO