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La verdad no ofende, pero cómo incomoda. Es una frase siempre presente para los gobiernos autoritarios que se han enquistado en el poder político
00:02 miércoles 21 mayo, 2025
ColaboradoresGeorge Orwell en la ya no tan distópica novela 1984 presenta un Ministerio de la Verdad, el cual controla la información con rigor. Pero sorprende la historia cuando nos refiere que se controla al lenguaje mismo: qué palabras y qué contenidos pueden hablarse y cuáles no.
Cosas peores suceden en el relato de Margaret Atwood, The Handmaid's Tale, pues más allá de controlar y sesgar la libertad de expresión, esta prerrogativa ha sido suprimida completamente a todas las mujeres y ha extirpado de su lenguaje palabras o frases como “esterilidad masculina”, siempre bajo la vigilancia de “Los Ojos” que no son otra cosa que espías del régimen que borran toda faz de privacidad.
La verdad no ofende, pero cómo incomoda. Es una frase siempre presente para los gobiernos autoritarios que se han enquistado en el poder político. Los cuales, a la vez, han tratado de desvirtuar la verdad con una serie de estratagemas que van desde el maquillaje que atempera, pasando por la vulgar mentira y hasta llegar a la censura sin cortapisas.
Falsear la información, esconderla debajo de la alfombra –aunque siempre terminará asomándose–, manipular, deformar la verdad, sus constancias son algunas de las formas de menguar y cohibir una de las libertades más valiosas de un Estado democrático, la de expresar ideas, pensamientos e información.
Históricamente hay registro de la lucha sempiterna entre la censura y la libertad de expresión.
La calificación de arte y literatura insanos en la Alemania de 1933 prohibieron y destruyeron libros y obras artísticas como piras funerarias de la conciencia, es el caso que de inmediato nos viene a la memoria cuando se habla de ese tema. Aunque no muy lejos del tiempo y el espacio, algunas escuelas en Estados Unidos están realizando las mismas prácticas que los nazis, por cierto, sacando de las bibliotecas escolares el cuento de Atwood.
El Index Librorum Prohibitorum papal que calificaba de herejías los pensamientos y expresiones disidentes; cómo en nuestro país el régimen de Porfirio Díaz le destruyó en más de una ocasión la imprenta al Diario del Hogar de don Filomeno Mata, o cómo en el México de la década de 1990 se mantenía a “resguardo” el filme de Julio Bracho, La Sombra del Caudillo.
La tentación de socavar la libertad de expresión siempre está al acecho, se desliza discretamente bajo el argumento falaz de convenir así a los intereses soberanos del país cuando en realidad son mordazas con distintos nombres y palabras. No ha habido gobierno mexicano en los últimos tiempos que no haya pretendido “regular” la libertad de expresión, y que disimuladamente deslice propuestas en leyes para hacerlo.
Siempre se empieza con una restricción que, como las grietas en los cristales, se ensanchan, hasta tornarse en franca censura. En los tiempos actuales ojalá triunfe el criterio de que la libertad no debe encadenarse porque después retroceder será harto difícil y lo lamentaríamos todos.
Coda: Belisario Domínguez tuvo la terca insistencia de confrontar al tirano sin temor, pero con consecuencia. ¿De qué sirve recordarlo si en los hechos olvidamos?
POR JUAN LUIS GONZÁLEZ ALCÁNTARA CARRANCÁ