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“Las muertas”, la novela cuya adaptación estrenó hace poco Netflix, en seis capítulos, está lejos de ser la más ibargüengoitiana de las de don Jorge
00:10 martes 23 septiembre, 2025
ColaboradoresLuis Estrada y sus colaboradores conocen bien a Ibargüengoitia.
“Las muertas”, la novela cuya adaptación estrenó hace poco Netflix, en seis capítulos, está lejos de ser la más ibargüengoitiana de las de don Jorge. Con medio pie en la novela criminal de no ficción al estilo gringo, y uno y medio en formas muy mexicanas de escribir como la literatura de la Revolución, por su aproximación despiadada al mundo de la pobreza y la violencia y por sus conexiones con el periodismo y la historia, “Las muertas”, conocidamente, es la versión narrativa –en el sentido bueno y viejo del término, no en el medio mamón de hoy en día– de la historia de Las Poquianchis, o sea, las hermanas González Valenzuela.
Hablamos de las jefas de un clan que llegó a hacer fortuna con la esclavitud sexual de abundantes mujeres, obligadas a prostituirse en varios tugurios de Guanajuato y Jalisco, y responsables de un reguero de cadáveres, los de esas mujeres, que sepultaron en varios puntos del centro del país entre los años 40 y los 60, cuando fueron detenidas, encarceladas y convertidas en estrellas de la nota roja.
La novela no es completamente ajena al humor, pero está muy lejos de los ímpetus satíricos de las columnas que publicó Ibargüengoitia en “Excélsior” o “Vuelta”, como está lejos de sus novelas más ácidas, tipo “Los relámpagos de agosto”, una versión más que mordaz de la familia revolucionaria –una especie de “La sombra del Caudillo” escrita con vitriolo en vez de tinta–, o “Dos crímenes”, su historia muy, pero muy mala leche, de una especie de proto chairo involucrado en una persecución policiaca y refugiado en el México profundo.
Lo que hace única a “Las muertas” es su retrato atroz, justamente, del México profundo. En el país del melodrama pobrista tipo “Nosotros los pobres” y del espíritu plañidero del nacionalismo con sus loas al pueblo bueno, Ibargüengoitia se burló implacablemente del mexicano de a pie en toda su obra, y luego lo retrató en su monstruosidad, su violencia, su chantajismo y su corrupción como nadie lo había hecho, salvo tal vez Octavio Paz, en esta novelita implacable.
Sobra decirlo, una novelita que ni mandada a hacer para Estrada, que, recordemos, ya había provocado un escándalo con su última película, “¡Qué viva México!”, granguiñolesca, esa sí cáustica, y acusada de clasista y el resto de etiquetas habituales en la bienpensancia. Por ahí, en lo despiadado, va “Las muertas”, una serie de muy buena factura, violenta, que retrata a la mexicanidad como muy raramente se han atrevido a hacer la televisión o el cine y con unas cuantas buenas actuaciones, con Arcelia Ramírez, Paulina Gaitán y Joaquín Cosío a la cabeza.
En días de nacionalismo charro, chantajismo progre y romantización de la miseria, Ibargüengoitia vuelve por sus fueros, con muy buenos compañeros de ruta.
POR JULIO PATÁN
COLABORADOR
@JULIOPATAN09