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El año en que se desarrolla la polvorienta y amarga historia de Steinbeck es de infausta memoria. Tradicionalmente se considera como un episodio histórico de los Estados Unidos
00:02 miércoles 12 marzo, 2025
ColaboradoresEn 1929, Tom Joad –expresidiario y agricultor de Oklahoma– junto con su familia y vecinos son reubicados por el Gobierno de Estados Unidos a una supuesta tierra prometida en California. La razón es que los bancos han embargado las tierras de los campesinos quienes no han podido pagar los préstamos recibidos, pues se han visto reducidos a la pobreza extrema. Este el contexto crítico que el Premio Nobel de Literatura y ganador del Pulitzer, John Steinbeck, relata en Las uvas de la ira.
El año en que se desarrolla la polvorienta y amarga historia de Steinbeck es de infausta memoria. Tradicionalmente se considera como un episodio histórico de los Estados Unidos. Pero la tragedia financiera del crack de la Bolsa de Nueva York y la llamada Gran Depresión afectó a todos aquellos países industrializados, con economía de mercado y con prácticas de especulación bursátil.
La escalada de la caída de Wall Street se resintió en muchas latitudes: quiebras empresariales, una alta tasa de desempleo, pérdida material del patrimonio, alza constante de precios, falta de capacidad de gasto y, mucho menos, de ahorro; en suma, el pánico financiero con secuelas cargadas de tragedias personales durante una década completa.
Al momento del “jueves negro de 1929” gobernaba en los Estados Unidos, Herbert Clark Hoover. Se pensó que lo mejor para enfrentar un episodio de este calado y recuperar la fortaleza económica del país, era imponer aranceles y aplicar otras medidas proteccionistas a la industria y a la agricultura, frente a la competencia de los mercados de diversos países.
Así, se expidió la Tariff Act de 1930, mejor conocida como Ley Hawley-Smoot –en referencia a los senadores que impulsaron dicha ley arancelaria–.
Es comprensible la reacción de proteger la economía nacional, pero las consecuencias negativas de esa ley arancelaria agravaron la situación. Provocó una de las contracciones del comercio internacional más graves registradas en la historia de la economía mundial. Un círculo vicioso: por un lado, industria y campo endeudados financieramente con los bancos en un escenario de falta de circulación monetaria, de bienes y servicios y, por el otro, bancos necesitados de liquidez con deudores insolventes.
En la actualidad, Donald Trump amenaza, ante la menor provocación, con imponer aranceles exorbitantes a México y a otros países. Esto se agrava porque México, Canadá y los integrantes de la Unión Europea son sus principales socios comerciales. China es una superpotencia económica que puede soportar varios “rounds” de golpeteo arancelario y es experta en triangulación de exportaciones.
El mercado interno norteamericano no saldrá indemne y el mejor ejemplo es la advertencia que las tres principales compañías automotrices le hicieron a Trump para cancelar temporalmente los aranceles al sector automotriz mexicano. Políticamente también hay consecuencias. Recordemos cómo Hoover fue aplastado en las elecciones presidenciales por un visionario Franklin D. Roosevelt y, a la vez, como se desbocaron los demonios del nacionalismo por todo el planeta.
Hace casi cien años se comprendió que lo pernicioso de la Ley de 1930 es que las economías están interconectadas y lo que afecta a una, la resienten las demás. Los contextos del antes y del ahora tienen similitudes. Es una advertencia histórica: en las guerras comerciales todos salen perdiendo y sólo nos quedan las uvas de la ira.
POR JUAN LUIS GONZÁLEZ ALCÁNTARA CARRANCÁ
MINISTRO DE LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA NACIÓN