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No entiendo por qué razón muchos teólogos han partido en sus reflexiones antropológicas de lo que dijo Hegel
00:03 martes 30 julio, 2024
ColaboradoresSiempre me ha llamado la atención –y lo lamento de veras- que los oficialmente llamados pensadores, sean éstos filósofos, teólogos o científicos, hayan prestado hasta ahora tan poca atención a lo que Dios dijo del hombre desde las primeras páginas de la Biblia. Ya sé que se me dirá que no es competencia de los filósofos, y mucho menos de los científicos, pronunciarse sobre tales cuestiones, pero por eso he dicho que es una lástima, pues lo que se pierde, ante todo, es tiempo. ¿Y si al final estos señores descubrieran, por ejemplo, que lo que Dios ha dicho del hombre es verdad? ¡Ah, entonces habrían perdido unos siglos preciosos discutiendo acerca de algo que estaba, desde el principio, más claro que el agua. Si al final, tras muchos rodeos, éstos descubrieran que todas nuestras enfermedades y todos nuestros traumas tienen su origen en esa malhadada soledad que, según Dios, no es buena para el hombre, ¿no merecerían que les reprocháramos su ateísmo o ya por lo menos que les echáramos en cara su incredulidad? «El Señor tomó entonces al hombre y lo colocó en el jardín del Edén para que lo guardara y lo cultivara. El Señor Dios mandó al hombre: “Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol de conocer el bien y el mal no comas, porque el día en que comas de él tendrás que morir”. El Señor Dios se dijo: “No es bueno que el hombre esté solo”»… (Génesis 2, 15-18). Todo lo que Dios ha creado le parece bueno, y muy bueno; pero únicamente de una cosa Dios dice que no es buena de ninguna manera y bajo ninguna perspectiva: la soledad humana. «Por eso –sigue diciendo Dios- voy a hacerle el auxilio que le corresponde». Y entonces, para no caer en lamentaciones estériles, pone manos a la obra, como se dice, y crea a Eva, la mujer. No entiendo por qué razón muchos teólogos han partido en sus reflexiones antropológicas de lo que dijo Hegel, o de lo que dijo Descartes, o de lo que dijo quién sabe quién, cuando hubiera sido mucho más sencillo y rápido partir de lo que dijo Dios. Afirmó una vez Albert Camus (1913-1960) que sólo existe un problema filosófico verdaderamente serio, y que éste era el suicidio, es decir, saber si la vida valía o no la pena de ser vivida. Pero yo creo, por el contrario, que si existe un problema filosófico y teológicamente serio, ése es, precisamente, el problema de estar solos. Si Dios hubiera dicho, por ejemplo: «Hagamos un bípedo implume»; o bien: «Hagamos un animal simbólico que abstraiga, sume, reste y cree símbolos», la antropología, en efecto, no tendría derecho a ser más que una rama de la zoología. Pero si nada de esto dijo Dios, sino otra cosa muy distinta: a saber, que no es bueno que el hombre esté solo, entonces es preciso partir de allí para conocer a esta extraña y singular criatura denominada ser humano. «Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» (Génesis 1, 26). ¿Qué significa este plural que emplea Dios para referirse a sí mismo? Los Padres de la Iglesia ya veían en esta declaración misteriosa una especie de anticipo de lo que Dios revelaría más tarde, o sea, que no es Él un Dios solitario, sino Uno en tres Personas: que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, es decir, Trinidad. No un Dios melancólico y tristón, sino una familia y una comunidad de amor. Ya en su tiempo, el filósofo Immanuel Kant (1724-1804) se había atrevido a decir que al dogma de la Trinidad había que colocarlo entre los más inútiles del Credo, pues nada práctico se podía sacar de él. ¿A quién le puede interesar –se preguntaba el filósofo alemán- que Dios sea Trinidad o no lo sea, si de todas formas no hay más que un solo Dios? Y, sin embargo, pocos dogmas aclaran el misterio del hombre como este dogma sacrosanto, pues sólo a la luz de tal verdad podemos comprender por qué no es bueno que el hombre esté solo: porque Dios, simple y sencillamente, no lo está. Dios es compañía, y el hombre sólo puede llegar a ser verdaderamente hombre cuando, aparte de nacer en una familia, busca la compañía de los que, como él, están hechos de carne y de sangre. Un hombre siempre solo, ¿cómo va a ser imagen de Dios? Lo será a medias, pero no verdaderamente, no en plenitud. Ser hombre es coexistir: el hombre es coexistencia. Dijo una vez en el transcurso de un serio debate el teólogo alemán Eberhard Jüngel: «La doctrina trinitaria, de la que Hans Küng tiene tan poca consideración, es un buen ejemplo de lo que significa ser como coexistencia, es decir, como comunión de alteridades mutuas. El mal es la herida en esta coexistencia, en esta riqueza de relaciones. El mal es el deseo de romper las relaciones, de desatar los lazos, de destruir la coexistencia». Dicho con palabras más simples: el mal no consiste únicamente en estar solos, sino en querer seguir estándolo, en no buscar –por enfermedad, por orgullo, o por lo que sea- la compañía de los demás. El hombre asocial, antisocial y aislado, por el solo hecho de no desear fraternidades ni compañías, ofende a su Creador, maltrata su semejanza con Él e incurre en un pecado grave, pues se obstina en permanecer en un estado del que el Señor dijo que no es bueno ni para la salud del alma ni para el bienestar de su cuerpo. Si el hombre es imagen de Dios, y Dios es Trinidad, entonces el hombre sólo se realiza plenamente en su querer-estar-con-los-otros: en querer volverse compañía.
No es bueno que el hombre esté solo. Me extraña, como dije hace un momento, que tantas antropologías que se autodenominan cristianas hablen tan poco del hombre solo y del pecado que comete el hombre cuando deja solos a los demás. ¿Por qué hablan tanto de otras cosas mucho menos importantes y enmudecen ante ésta? Después de todo, se trata de casi lo único que Dios ha dicho del hombre. Lo demás que pueda decirse de él viene siempre después. Lo demás –como diría Camus- son juegos.