Vínculo copiado
Cuando Jesús vino al mundo, como se sabe, Palestina se hallaba bajo el poder romano
00:04 domingo 12 diciembre, 2021
Lecturas en voz altaCuando Jesús vino al mundo, como se sabe, Palestina se hallaba bajo el poder romano. En el año 63 a.C. Pompeyo había tomado Jerusalén y desde entonces comenzó un periodo de ocupación que en el año cero aún no terminaba. Ahora bien, las reacciones que suscitó entre los judíos esa indeseada presencia pagana eran de lo más variadas, y nos es posible conocerlas gracias a los historiadores de la época; en general, puede decirse que éstas fueron fundamentalmente cuatro: 1) La aceptación. Era, por ejemplo, la actitud de los saduceos, el grupo aristocrático-sacerdotal del país. A ellos la ocupación romana les había hecho, por decir así, lo que el viento a Juárez. Seguían siendo ricos, se les habían respetado sus innumerables privilegios y, por tanto, podían convivir pacíficamente con el enemigo. El pueblo los despreciaba, acusándolos de colaboracionistas, pero a ellos lo mismo les daba. Constituían algo así como la extrema derecha de aquella teocrática sociedad. 2) La tolerancia. Era la actitud de los fariseos. Ellos, en vez de pactar o de colaborar con los enemigos, habían decidido refugiarse en el cumplimiento de la ley en espera de que Dios suscitara pronto un Mesías que los vengara de todos los oprobios padecidos. No era infrecuente que un fariseo, al ver pasar a un romano, girara la cabeza hacia otra parte en señal de desprecio o indiferencia, aunque de allí no pasaba la cosa. Eran piadosos: la piedad, para ellos, era el mejor refugio y la mejor defensa. El pueblo los respetaba e incluso los estimaba; no eran ricos, ya que vivían de su oficio (¿y cuándo se ha visto que los piadosos y los que viven del trabajo de sus manos lo sean?), pero de entre ellos habían salido los maestros más ilustres de Israel. Políticamente hablando, se hallaban en el centro. 3) La fuga. Era la actitud de los esenios, judíos que decidieron huir del mundo para refugiarse en un monasterio a orillas del Mar Muerto en el que hacían vida comunitaria. A ellos, como a los saduceos, la ocupación romana los tenía sin cuidado, aunque por otras razones. Vivían el celibato -¡cosa rarísima entre los judíos!-, practicaban la comunidad de bienes y se entregaban en cuerpo y alma al culto religioso y a la meditación de la Palabra de Dios. No ejercían ningún tipo de influencia política, si bien se calcula que, en tiempos de Jesús, esta secta había llegado a reclutar a unos 4 000 seguidores. 3) La resistencia armada. Era la actitud de los llamados zelotas, o celosos, que eran como los terroristas de aquel entonces. Ellos ni pactaban con el enemigo, ni lo toleraban, ni huían de él, sino que se rebelaban empuñando las armas y lanzando gritos de guerra. Según una elocuente expresión, eran los guerrilleros de Yahvé, la ETA de aquel entonces, los kamikazes de Israel. Aunque Oscar Cullman (1901-1999), un gran estudioso de las Sagradas Escrituras, demostró que Jesús no fue de ningún manera un zelota, como han pretendido algunos –en realidad, Jesús no perteneció a ninguno de los grupos arriba mencionados-, deja bien en claro que por lo menos algunos de sus discípulos lo eran, o lo habían sido, o por lo menos no les habría repugnado serlo. Y esto a mí me parece que es de una importancia capital. «Es hoy aceptado por todos los científicos –escribió el padre José Luis Martín Descalzo (1930-1991) en su Vida y misterio de Jesús de Nazaret- el hecho de que en el grupo de Jesús había algunos apóstoles que eran, o habían sido, zelotas. Es claro el caso de Simón, a quien Lucas (6,15) llama el zelota... Igualmente se acepta hoy como probable que el apellido de Judas el Iscariote no debe traducirse, como antes se usaba, el hombre de Karioth (nombre de una ciudad que nunca ha existido), sino que debe interpretarse como una transcripción griega de la denominación latina sicarius con la que se llamaba al grupo más radical de los zelotas, por su costumbre de atacar con un puñal curvo, de nombre sica. El mismo apodo de Pedro, Bariona (traducido anteriormente como hijo de Juan o de Jonás), es interpretado hoy como derivado de una expresión acádica que habría que traducir por terrorista o hijo del terror, versión que concuerda con el hecho de que Pedro (un pescador) lleve una espada a una escena entre amigos y que sepa manejarla con rapidez y eficacia. Es también posible que el apodo de hijos del trueno que se da a los hijos de Zebedeo (Santiago y Juan) no sea otra cosa que un apodo guerrero». Cuando Jesús es aprehendido en el Monte de los Olivos, Pedro saca un puñal y corta la oreja a uno de los soldados del sumo sacerdote; ahora bien, ¿qué hacía el buen Pedro con un puñal entre la túnica y el manto? Por lo que se sabe, entre los discípulos del Señor no había saduceos, ni fariseos, ni mucho menos esenios; así pues, todo parece indicar que en el grupo de los Doce no había sino personas de dos clases: o zelotas, o gente sin filiación política alguna, aunque lo más probable es que hubiera más de los primeros que de los segundos. Y esto, como decíamos hace un momento, no es algo de poco calado, porque quiere decir que Jesús no se avergonzó en llamar a personas con caracteres violentos, fuertes y decididos. Ignoro si en nuestros seminarios, en nuestros grupos o en nuestras parroquias habría hoy lugar para esta raza de hombres. Pero debería haberlo, pues en el grupo de Jesús lo hubo. Y fue gracias a este carácter, a esta «violencia» de los discípulos que en poco tiempo se expandió la Iglesia por el mundo entero. ¿Sería viendo a los ojos de estos hombres que Jesús afirmó que «el reino de Dios sufre violencia y sólo los violentos lo conquistarán» (Mateo 11, 12)? Es probable; es, incluso, bastante probable. A menudo se ha llegado a creer (Nietzsche lo creyó toda la vida) que el cristianismo es para gente con alma de atole, cuando la verdad es que es el Reino necesita almas de fuego.