De acuerdo con las más recientes estimaciones respecto del crecimiento económico en el último trimestre de 2021, se espera una contracción económica para el último trimestre de ese año que, sumado a la contracción que se presentó en el tercer trimestre del año, llevaría a que la expectativa de crecimiento de cerca de 6% inicialmente se tenía, este lejos de cumplirse. De acuerdo con los pronósticos más puntuales, el crecimiento en 2021 sería de alrededor del 5%.

Consecuentemente, como resultado de la tendencia de desaceleración de los últimos 2 trimestres del año, a la que se suman efectos asociados a la contracción de la actividad económica mundial en el inicio de este año, por los nuevos brotes de la variante ómicron -entre otros fenómenos- la expectativa de crecimiento para México en 2022, sería, en el mejor de los casos, de alrededor de 2%. Este nivel se encuentra lejos del 4.1% de crecimiento que pronostica la Secretaría de Hacienda y que es base de cálculo para ingresos públicos derivados de la actividad económica, como por ejemplo los fiscales

Recordando el ejercicio que en otras ocasiones he presentado, actualizándolo con estas estimaciones recientes, si el PIB de 2018 en México equivaliera a 100 y consideráramos la caída del -0.17% en el 2019, de -8.31% en el 2020 y los crecimientos estimados para el 2021 y 2022, de 5 y 2% respectivamente; tendríamos que al cierre de este año (en cuatro años), la economía mexicana estará 2% por debajo del nivel que tenía al cierre de 2018.

Durante prácticamente las tres décadas anteriores, incluyendo el período vinculado con la crisis financiera mundial de 2008, la economía mexicana había enfrentado lo que se dio en llamar un estancamiento secular; visión que parte de la premisa de que, después de contracciones económicas pronunciadas, el sector privado por sí solo es incapaz de regresar a una dinámica de crecimiento, lo que hace esencial la política pública como mecanismo complementario de recuperación.

La realidad es que en México, primero como resultado de políticas públicas poco claras, de elevados niveles de corrupción y de una notoria y gravísima debilidad institucional, reflejada particularmente en un débil estado de derecho (al que se suman factores como la inseguridad), impidió que el país creciera al nivel teórico que sus condiciones económicas internas y de entorno, debieran permitirle.

Hoy, ese crecimiento promedio mediocre de 2% que tuvimos durante décadas, parece un sueño lejano. El que en cuatro años (evidentemente producto de una contracción económica global relacionada con la pandemia, pero acentuada por temas de política económica interna y de percepción negativa hacia nuestro país), la tasa promedio de crecimiento sea negativa, representa uno de los mayores retrocesos en la historia económica reciente de nuestro país.

Con mucha frecuencia, se critica el crecimiento económico como medida de prosperidad humana y social. Evidentemente, existen sobrados ejemplos de que, economías con crecimientos económicos acelerados, no fueron capaces de generar condiciones de equidad que permitieran que ese crecimiento se reflejará en todas las capas de la población. Pero de lo que no existe evidencia alguna, es que exista posibilidad de acabar con la inequidad en condiciones de decrecimiento o estancamiento económico.

México está ante una encrucijada para tomar las decisiones institucionales, públicas y privadas, que favorezcan simultáneamente políticas distributivas que combatan la profunda (y antieconómica) inequidad, pero basadas fundamentalmente en un crecimiento económico sostenido y duradero; a la altura del potencial de la economía mexicana y de los factores de entorno, que la hacen una de las economías potencialmente más favorecidas entre todas las economías emergentes.

El autor es politólogo, mercadólogo, financiero, especialista en economía conductual y profesor de la Facultad de Economía de la UNAM. CEO de Fibra Educa y Presidente del Consejo para el Fomento del Ahorro Educativo de Mexicana de Becas. [email protected] – síguelo en Twitter @martinezsolares