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El triunfo del domingo no fue de un grupo de poder o un partido
00:22 lunes 21 noviembre, 2022
ColaboradoresEl título alcanzó fama a raíz de la película de John Schlesinger de 1971. Fue concebido como juego de palabras entre los tantos domingos auténticamente sangrientos en la Historia –el Bloody Sunday británico de 1911, cuando la policía arremetió a macanazos contra una protesta de transportistas; el irlandés de 1972, cuando soldados ajusticiaron a manifestantes irlandeses– y los domingos familiares que responden a la segunda definición de bloody –pinche domingo–, ocasión para fingir alegría y convivialidad obligatorias pero impostadas. Los domingos juegan un papel crucial en la cinta: son cuando el poliamoroso Bob (Murray Head) come con sus amigos más cercanos y sus hijos, acompañado de manera alternada por su amante mujer (Glenda Jackson) o su amante hombre (Peter Finch), a quienes la poliamorosidad les viene mal, y que quisieran tener al objeto de su deseo en apacible exclusividad. La crítica de cine Penelope Gilliatt interpreta bien la polisemia del título en un pasaje que traduciré dejando la palabra bloody en el inglés original, a fin de acusar ambos significados: “La total bloodiness propia de todo domingo… obedece… a la leyenda esclavizante que nos hemos construido –con la ayuda del esclavizante Viejo Testamento– de que el tiempo libre debe ser para la diversión, y el trabajo es lo que hacemos por cuenta de otros… No hay quebranto de regla alguna en empeñarse los siete días de la semana. Si existe un dios común, más allá de las deidades egoïstas inventadas por los dictadores para sus propios propósitos bélicos, y si éste reserva para sí uno de cada siete días, debe usarlo para reparar los estropicios derivados de fantasías impertinentes surgidas en los otros seis… Los domingos son, de hecho, bloody. Las guerras estallan en domingo.” El domingo pasado estalló en México una, aun si con feliz saldo blanco. La clase media urbana abjuró por una vez de su bloody Sunday –“el día del pasmo”, en la definición de Gilliatt– y reivindicó su derecho a no vivir una situación insostenible. En esa batalla ni de lejos ganó la contienda pero sí conquistó una victoria clave: el derecho a ser tenida por contendiente. Aun si alentado por un grupo de poder, el triunfo conquistado el domingo no fue suyo, y menos de algún partido político: lo que quedó de manifiesto es que existe en México una oposición que no pasa por esos canales pero que está dispuesta a dar la batalla por valores que le son caros, aun cuando no comprenda bien sus mecanismos (el INE, causa de los pocos, estandarte de los muchísimos). Hay quien dice que el episodio cambia la correlación de fuerzas en el país; yo sostengo que más bien restablece una donde hace tanto parecía reinar una fuerza omnímoda, omnipotente. El domingo pasado no fue pinche y no fue sangriento. Por ello ha de pasar a la Historia. POR NICOLÁS ALVARADO