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Si la opinión se consume entre aplausos y abucheos, ¿realmente entendemos qué está pasando y por qué?
19:14 martes 5 agosto, 2025
ColaboradoresDos datos han circulado ampliamente durante los últimos días: uno es que en 2024 se redujo la pobreza; otro, que en ese mismo año creció la violencia. Quiero argumentar que la manera en que la conversación pública está procesando dicha información deja ver, a grandes rasgos, dos problemas. El primero es diferente al que habitualmente se alega: no es que a las opiniones les falten datos, es que muchas opiniones incurren en un lamentable reduccionismo respecto a ciertas cifras. Y el segundo es que buena parte de nuestro opinionismo parece carecer de lo que F. Scott Fitzgerald consideraba la mayor prueba de inteligencia: “la capacidad de mantener dos ideas opuestas en la mente al mismo tiempo y aun así poder funcionar”. Me explico.
Ambos datos se desprenden de la labor del INEGI. El de pobreza, de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (https://shorturl.at/CkXTn); el de violencia, del reporte de resultados sobre defunciones por homicidios (https://shorturl.at/9QDcJ). La misma fuente los dio a conocer con apenas un par de días de diferencia. Más allá de los detalles técnicos, la lectura que prevaleció fue obvia: avance en la justicia social, retroceso en la seguridad pública.
El primer problema es que esas cifras, aisladas, dicen poco. Al ponerlas en contexto se vuelven menos obvias, más interesantes, revelan unos matices y una complejidad muy distintos a la simplicidad que predomina en los encabezados o el comentario al vuelo. Menciono dos ejemplos. Primero: hay menos pobreza pero también menor crecimiento económico; se redistribuyó la riqueza pero también se redujo el acceso a la salud pública. Y, segundo: aumentaron los homicidios pero no de manera uniforme. La tasa subió mucho en Morelos, Nayarit, Aguascalientes y Sonora; bajó mucho en Tamaulipas, Baja California Sur y Coahuila. La imagen que surge del país si dejamos de reducirlo a una cifra es más sustantiva y, sobre todo, más realista.
El segundo problema es la aparente imposibilidad de sostener que hay buenas y malas noticias y, en consecuencia, optar por la salida fácil de quedarse con unas e ignorar las otras. El oficialismo celebra que haya menos pobres, la oposición reclama que haya más muertos. ¿Por qué cuesta tanto admitir que, más allá de nuestras preferencias, este es un país donde una y otra cosa están pasando simultáneamente? ¿Queremos dar cuenta de ello o sólo usar lo que conviene como munición para la refriega política del día a día? Si la opinión pública se consume entre aplausos y abucheos, ¿realmente entendemos qué está pasando y por qué?
Con demasiada frecuencia, el de la conversación pública es un México de caricatura: plano, monocorde y, sobre todo, ciego ante la complejidad de eso que Zygmunt Bauman llamaba “la textura de la realidad social”.
POR CARLOS BRAVO REGIDOR
COLABORADOR
@CARLOSBRAVOREG