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Juan Guaidó, expresidente interino de Venezuela, señaló que los venezolanos ya habían hecho todo lo que podían hacer
00:10 sábado 23 agosto, 2025
ColaboradoresEn los últimos meses, la idea de una posible invasión de Estados Unidos a Venezuela ha vuelto a circular en los corrillos políticos y mediáticos. Más allá de la veracidad o factibilidad de semejante escenario -que parece improbable por razones logísticas, estratégicas y políticas-, lo relevante es cómo esta retórica puede funcionar como un mecanismo de presión sobre el régimen chavista.
La permanencia de Nicolás Maduro en el poder ha sobrevivido a sanciones económicas, aislamiento diplomático y múltiples rondas de diálogo fallidas. Sin embargo, una amenaza de intervención militar -aunque sea más simbólica que real-, introduce un nuevo elemento en el tablero. Para el chavismo, acostumbrado a moverse en la lógica de la resistencia interna y del enemigo externo, el discurso de Washington puede representar tanto un riesgo como una oportunidad: un riesgo porque eleva la incertidumbre sobre la estabilidad del régimen, y una oportunidad porque refuerza el viejo relato de la “patria sitiada”, útil para cohesionar a sus bases más duras.
Desde la perspectiva estadounidense, el mensaje parece claro: mostrar que existe un límite al desafío chavista. En un contexto de elecciones presidenciales en EE.UU., donde Venezuela funciona como un comodín retórico para atraer el voto latino en Florida, la mera insinuación de un despliegue militar busca colocar presión psicológica y política. El cálculo es simple: si el régimen siente que la amenaza es creíble, podría estar más dispuesto a negociar una transición ordenada, a conceder espacios a la oposición o, al menos, a moderar su comportamiento internacional.
Sin embargo, hay dos trampas en este razonamiento. La primera es histórica: las intervenciones militares estadounidenses en América Latina rara vez han derivado en democratización genuina. Más bien, han dejado secuelas de violencia, inestabilidad y resentimiento social. Pensar que Venezuela cederá bajo presión militar externa es, cuando menos, ingenuo. La segunda trampa es electoral: si la narrativa de la invasión se usa como herramienta de campaña en Washington, el chavismo podría interpretarla como un bluff, una amenaza diseñada para la política interna más que como un plan real. Y en ese caso, la presión perdería eficacia.
La Casa Blanca enfrenta un dilema. Por un lado, necesita mostrarse firme ante un régimen impopular en la región y señalado por violaciones a los derechos humanos. Por el otro, debe evitar cruzar la delgada línea entre la disuasión y la intervención, pues una acción militar efectiva podría desatar un conflicto regional de consecuencias imprevisibles. Sobre todo, si tomamos en cuenta que Trump repitió hasta el hartazgo durante toda su campaña la necesidad imperante de que su país dejará de financiar guerras ajenas.
Lo cierto es que el chavismo ya ha drenado demasiado a Venezuela y el cambio de régimen es urgente. En una entrevista reciente para Enrique Acevedo en Radio Fórmula, Juan Guaidó, expresidente interino de Venezuela, señaló que los venezolanos ya habían hecho todo lo que podían hacer. Esta declaración es terrible y revela mucho del estado de ánimo de un país con un éxodo de casi 7 millones de personas y que parece haber agotado todos los caminos para derrocar a un gobierno que los ha llevado a la más absoluta de las miserias.
Quiero pensar que esta estrategia de la Casa Blanca puede ser el inicio del fin del régimen chavista, toda vez que son cada vez más plausibles los nexos del gobierno venezolano con importantes organizaciones criminales de la región y del mundo, y ya sea por una mera cuestión de narrativa o por un deseo real de entregar resultados a sus bases electorales, quizá Washington esté determinado a concluir el capítulo chavista en Venezuela. Habrá que ver cómo se desarrollan los acontecimientos en los próximos días.
POR JAVIER GARCÍA BEJOS
COLABORADOR
@JGARCIABEJOS