Los Gobernadores de Nayarit, Antonio Echevarría, y Jalisco, Enrique Alfaro, se esfuerzan, elogian, alaban, se ponen a las órdenes del señor Presidente, Andrés Manuel López Obrador. Lo parafrasean, lo imitan, se arriman a su sombra. "Usted ha puesto por delante el presupuesto para impulsar el desarrollo urbano y social de los pueblos", dice Echevarría por la mañana.  "Hoy comenzamos a ver el rumbo hacia la transformación profunda", le confiesa en Bahía de Banderas. "Parafraseándolo a usted, no puede haber destino turístico rico con pueblos pobres". "Nos ha traído esperanza, señor Presidente, los nayaritas lo consideramos uno de los nuestros", se entrega.  Pero aún así recibe su dote de abucheos. Por la tarde, en Puerto Vallarta, Jalisco, Alfaro se esfuerza. "Muy buenas tardes, Presidente. Bienvenido a su casa. Bienvenido a Jalisco. Bienvenido a este lugar y a esta tierra que le quiere bien". Lo intenta, pero es en vano. Los abucheos le llegan por todos lados. Cientos de personas le silban. Lárgate, le dicen. Ratero, ladrón. Humillado en su propio estado. El año pasado decía que iba a ser Oposición; hoy quiere ser amigable y así le pagan. "Como usted puede ver, todavía puede haber quienes piensen que las campañas no han terminado", se excusa el jalisciense. Pero los dos, el nayarita y el jalisciense, parecen alienados al nuevo orden. Que gracias por venir aquí, señor Presidente, como usted diga, señor Presidente, las horas que usted diga, señor Presidente. Echevarría es panista y Alfaro es emecista, pero dado el trato oficioso bien podrían pasar por priistas. Y aún así les silban y ni siquiera parecen estar a la altura de la Secretaria de Bienestar, María Luisa Albores, quien le dice al público: "Hoy ustedes son los más importantes porque van a escuchar el mensaje de la cuarta transformación de parte de nuestro Presidente". Mientras, alrededor del templete están los discapacitados que van en busca de sus pensiones; militantes de Morena con chalecos del partido prometiendo becas, apoyos y créditos; seguidores de López Obrador que quieren una selfie, jóvenes con matracas, y hasta mujeres que llevan bordado en sus gorras el lema del capricho presidencial "me canso ganso" y playeras con frases casi bíblicas: "sólo siendo buenos podemos ser felices". El público, miles, que lo esperaron más de cuatro horas, lo alaban, le lloran, le entregan peticiones. Lo aclaman al unísono. López Obrador toma el micrófono y regresa el tiempo. Retoma frases hechas, que todavía hacen reír. Va del candidato que fue al Mandatario que se queja y promete. Mezcla realidad y promesas. Anuncia el reino que viene, miles de becas, miles de pensiones, millones de jóvenes becarios, pero sigue con la vista atrás buscando a los culpables.  Salinas, la "minoría rapaz", los fifís, los que no osen en no estar de acuerdo con él, los conservadores. Parece él mismo, pero se contradice. Si antes criticaba a Calderón por usar al Ejército para dar seguridad pública, hoy dice que de no hacerlo es desaprovecharlo. "Podían estar asaltando, secuestrando, a un ciudadano enfrente de un cuartel y no podían los marinos intervenir". Dice eso, pero su público espera la frase, como quien espera el show estelar en el circo: "¡Me canso ganso!". "¡Ahhhhh!". Se emocionan, brincan, aplauden, sacuden los pies en el piso. El Presidente habla ahora de un elefante, uno reumático, que es el Gobierno y que lo hace quedar mal porque él ya siente que está en la "cuarta transformación", pero los ancianos acusan que todavía no les dan nada. "Vamos a empujar al elefante y voy a contar con el apoyo de ustedes, me van a ayudar a empujar al elefante", remata. -- Reforma