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Jeremy spoke in class today
00:02 sábado 1 marzo, 2025
ColaboradoresAt home drawing pictures
Of mountain tops
With him on top
Lemon-yellow sun
Arms raised in a V...
Al momento de hablar de educación, me gusta pensar en una premisa de la que, en mis inicios de profesor, una especialista en la materia me habló: el triángulo de la enseñanza y la educación. Según la doctora, para que la tarea de formar individuos que contribuyan a la sociedad funcione, debería haber un equilibrio entre tres pilares fundamentales: docente, alumno y padres de familia. Si uno de los tres falla, lo más seguro es que en uno de los otros dos termine recayendo una labor que no le corresponde y, por ende, ese triángulo termine por no cuajar.
Cada uno de estos tres protagonistas tiene, en consecuencia, tareas distintas. El docente en un principio es la persona de encauzar las habilidades y competencias del alumno hacia el conocimiento científico, artístico y, sí, también ético. No obstante, sus límites son el aula y la periferia del plantel.
Los padres de familia son, en este sentido, el primer ejemplo, el primer espejo de los estudiantes. Son los que quizá no van a enseñar al alumno las reglas de comportamiento en un aula, pero sí la importancia de respetarlas. Son quienes, más allá de enseñar cómo hacer que el compañero piense o actúe como uno quisiera, educará para que su hijo comprenda el significado de la tolerancia. Se sentará con ellos a la hora de comer o cenar y platicarán del día, porque solo así podría cultivarse el espíritu del diálogo.
Los estudiantes, sobra decirlo, son el pilar más importante de este triángulo, pues su tarea es aprender, sin embargo, su extraordinaria labor se puede ver manchada por diversos factores: ambiente escolar, contexto familiar y entorno social, por generalizar.
Podría sonar utópica la descripción realizada o podríamos de etiquetar de “trillado” el discurso que nos recuerda lo vital que significa el que padres, profesores y alumnos convivan en un ambiente de respeto, de solidaridad, de comunicación asertiva; sin embargo, lo más increíble es que la cuestión sigue viva: ¿cuándo nos pondremos todos en sintonía para evitar tener que llegar a situaciones de ofensa o agresión y que estas vayan escalando porque no supimos ni entendimos ni supimos transmitir que siempre hubo mejores formas de relacionarnos con los demás?
Para darnos una idea: de acuerdo con la Comisión de Derechos Humanos del Estado de México, nuestro país ocupa el primer lugar mundial en bullying, una situación que cobra la vida de 200 mil menores al año alrededor del planeta. En los últimos años, 5 de cada 10 niños eran víctimas de acoso escolar y han ido aumentando a 7 de cada 10 en México; además, en escuelas privadas, las situaciones de violencia se dispararon hasta un 90%. En conclusión, 32% de menores de 15 años en el país afirman haber sido víctimas de maltrato en la escuela; 15% afirmó haber sido insultado y un 13% dijo que fue golpeado por sus compañeros. Es decir, de los cerca de 25 millones de menores que asisten a la educación básica, aproximadamente más de 7 millones han sufrido acoso escolar.
En este contexto y sin ninguna intención de minimizar, la situación de acoso escolar presentada en el Instituto Hispano Inglés durante la semana es una entre millones que debería, por un lado, preocuparnos como sociedad, padres de familia, docentes, alumnos, profesionistas, empleados, pues -referenciando a la maestra Claudia Espinoza, quien fue entrevistada por Global Media con motivo del caso en el Hispano-, la situación de violencia en un menor es una práctica aprendida por los ejemplos de su entorno más directo. Por otro lado, debería captar nuestra atención el qué se hará en este caso, no en el sentido penal, pues la maestra Espinoza ya explicó a detalle por qué esa no es la salida, sino en el acto en sí de agresión de un menor a otro y que esto deje de suceder.
Por lo pronto, el menor agresor ya fue expulsado. Una medida que quizá alivia un poco el enojo -comprensible- de los padres de familia protestantes y el miedo -claro está- de los compañeros, empezando por la víctima. Sin embargo, es preciso aclarar que esto no soluciona el problema. No reduce la cifra de otros 25 casos no visibilizados en esa misma institución, ni los que hay en la escuela de dos cuadras adelante, ni los de las colonias aledañas, ni los del total de planteles en el Estado. Porque, créame, en todos lados hay.
La discusión puede dar miles de vueltas a las posibles causas: situaciones de violencia en casa, condiciones socioeconómicas, entorno social hostil o las apologías al delito y la violencia en series, películas, programas televisivos, música y redes sociales. Lo cierto es que las estrategias en planteles o no se han implementado o no han dado resultado. Los padres deben cuestionar la cercanía, comunicación y comprensión con las situaciones que viven sus hijos, mientras que otros deberían formar mejores individuos en el respeto, la empatía, la tolerancia, en un compás de valores que se siembran en casa. No vaya a ser que tras el silencio que impera en el momento en que un menor se pone el uniforme -una tarea casi mecánica-, se esconda el tormento de enfrentar un día más sin encontrarle salida al montón de fechorías que uno u otros compañeros podrían hacerle pasar.
Urge que la sociedad también comience a ser un mejor ejemplo.
Urge hacer algo más por nuestros estudiantes e hijos.
...And the dead lay in pools of maroon below
Daddy didn't give attention
Oh, to the fact that mommy didn't care
King Jeremy the wicked
Oh, ruled his world Jeremy spoke in class today Jeffrey Allen Ament / Eddie Jerome Vedder