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El camino hacia la educación superior es distinto para cada aspirante, eso es indudable
00:02 sábado 25 enero, 2025
ColaboradoresEl camino hacia la educación superior es distinto para cada aspirante, eso es indudable. El examen de admisión a la Universidad Autónoma de San Luis Potosí es ese reto que estudiantes deben sortear, pone de nervios y asusta en algunos casos porque pone a prueba el perfil académico del alumno para cierto campo del conocimiento.
Así, una aspirante a la carrera de Administración se entera que su examen del verano próximo será diferente, pues en lugar de estar enfocado a un área que ella ha elegido -por habilidades, competencias o simplemente la pareció atractiva-, incluirá reactivos de otras materias. Lo toma con calma; es la primera vez -y espera que sea la última- que deba presentar la prueba y, sin más, continúa sus estudios desde su habitación. Otro joven, aspirante a Ingeniería, sale de sus clases particulares, lee la noticia en alguna publicación de red social y no sabe qué sentir; sentimientos encontrados. “Hubieran hecho eso hace dos años”, arremete para sus adentros, mientras paga la mensualidad de su curso que ha tomado por dos ocasiones con la esperanza de “ahora sí quedar”. Lejos de ahí, un tercer aspirante a Humanidades -incrédulo a más no poder- reclama a sus amigos en un bar: “¿Es neta? ¿Matemáticas?”
Lo cierto es que el anuncio de un examen único -universal o general- para ingresar a la Máxima Casa de Estudios en San Luis levanta suspicacia por los riesgos que esto podría significar para el entorno de por sí ya hostil que enfrenta la educación, no solo en el estado o el país, a nivel Latinoamérica. El argumento de la UASLP -válido para unos, no tanto para otros- es buscar la equidad. Que los aspirantes tengan las mismas oportunidades de ingreso al ser una prueba que contemple conocimientos generales de la preparatoria y no sea algo especializado o enfocado al campo que se ha elegido.
Sin duda, se entiende la postura de la Autónoma en cierta parte. Ante el incremento de opciones que existen en San Luis Potosí en cuanto a ofertas académicas -y las que están por venir, como la Universidad Rosario Castellanos-, es natural que la casa de estudios pretenda crear una vía más sencilla para los estudiantes que tienen la meta de ingresar a las carreras. También, quizá responda a una necesidad en torno al alto nivel de deserción escolar que existe, especialmente en los dos o tres primeros semestres de las licenciaturas e ingenierías. Sin embargo, en el papel de alumnos curiosos y con ganas de aprender existe una premisa invaluable: para llegar a la respuesta, primero hay que formular las preguntas correctas.
Es válido pensarlo: ¿no le quita prestigio o calidad a la Universidad y a sus egresados este examen general? Veamos el ejemplo de los estudiantes de Medicina quienes desde tiempos inmemoriales han tenido exámenes tan rigurosos que esta exigencia le otorgaba prestigio y reconocimiento a dicha Facultad, no solo a nivel nacional, sino en el continente. Porque, claro, ingresaban y egresaban los mejores. Si bien es cierto que no todas las carreras cuentan con este nivel de exigencia, sí existe -y muy pronto en copretérito: existía - un grado de rigurosidad en el simple hecho de pensar en un examen de admisión que perfilaba a los aspirantes a tal o cual carrera.
Otro de los argumentos por parte de la UASLP es que hay estudiantes que tienen los medios económicos para costearse cursos que están encaminados a que ingresen sin mayores dificultades a la Autónoma. La pregunta es ¿un curso te da la garantía de ingresar a una carrera de la UASLP? Por supuesto que en muchos casos eleva las posibilidades de un aspirante de poder lograrlo, pero hay tantos sin esa oportunidad aprueban el examen. No es el curso en sí, son las herramientas con las que ese aspirante cuenta y el esfuerzo y preparación previa a ese momento de su vida en el que tiene que ingresar a una educación superior. ¿A qué nos referimos con preparación previa? Con todos aquellas pequeñas y grandes acciones de padres de familia que se preocupan porque sus hijos tengan las mismas oportunidades, a pesar de las limitaciones económicas y/o sociales. Los padres que impulsan a sus hijos al esfuerzo y dedicación de su desarrollo, buscando la mejor opción a su alcance en materia de educación y dando “en el clavo” para que los docentes indicados lleguen a ese camino y equilibren ese triángulo de la educación -padre, estudiante, docente- y lograr así que ese alumno con limitaciones económicas, pero con un bárbaro interés y ganas de comerse al mundo, llegue a ser el mejor promedio de cualquier clase que le pongan enfrente.
Si no me creen, basta con darse una vuelta a los sitios donde imparten estos cursos. Les sorprendería la cantidad de estudiantes que están en su segundo o tercer año pagando clases particulares sin todavía lograr su objetivo. Asimismo, nos asombraríamos de todos aquellos alumnos que ingresaron a la carrera de su preferencia tomando un curso gratuito que otorga la misma Universidad o bien prefiriendo estudiar por su cuenta en casa, porque resulta que hay quienes obtienen mejores resultados de esa manera. Insisto: es el esfuerzo. La preparación a la Universidad viene desde antes.
Por otro lado -y sin poder dejarlas fuera de la ecuación-, la educación, como toda necesidad de la población, responde a las políticas sociales que estamos viviendo en México. ¿Podría entonces este cambio en el examen de admisión a la Autónoma tener su origen en políticas públicas bajo el argumento de una educación más accesible para todos? Desde la cumbre de Dakar celebrada en Senegal en el año 2000 se determinó que se debía incrementar el Índice de Terminación de Estudios en Educación Básica y erradicar el Analfabetismo. Ante ello, muchos países se comprometieron a implementar medidas para tales propósitos lo que trajo diversos cambios en las políticas educativas a nivel mundial. Bajo estos lineamientos, en el caso de México se han implementado diversas estrategias, pero no fue hasta en épocas de pandemia cuando se tomó la decisión de aprobar a todos los alumnos de educación básica sin importar su rendimiento. Increíble escuchar a docentes afirmar que el estudiante tiene que pasar sí o sí, aunque no sepa leer ni escribir; aunque llegue al quinto grado sin saber sumar o restar. Actualmente, la medida se redujo a los dos primeros grados; sin embargo, sigue siendo algo incomprensible.
Y no, no se equivoque, no es responsabilidad única de los maestros, a quienes siempre es fácil acudir cuando al estudiante le va mal. No. También cuenta el esfuerzo hecho en casa, el ambiente en el que los estudiantes se desenvuelven y el rol de los padres en este desarrollo académico de sus hijos. Y tampoco es ponernos el traje del estudiante perfecto de puros dieces que jamás fuimos, es simplemente entender el esfuerzo que marca la diferencia cuando al alumno le regalan un nueve o un diez a que ese mismo estudiante pueda afirmar "es un seis, pero es MI seis", porque solo él sabe el esfuerzo que le costó obtenerlo. Mucho menos es alimentar el conformismo, porque el estudiante anterior, si muestra interés, sabe que deberá multiplicar sus esfuerzos para obtener mejores notas.
Ni mucho menos es, amable lector, que alumnos gocen de privilegios como se maneja en muchos discursos. Si navegamos en la barca de la “injusticia” en este ámbito y cuestionamos el ingreso de aspirantes a las facultades, reconocimientos de Excelencia Académica o facilidades de Movilidad Estudiantil, créame, los que se lo han ganado se reirán de ese “argumento”, en el mejor de los casos.
En consecuencia, conviene subrayar que toda estrategia merece el beneficio de la duda, no obstante, es igual de importante remarcar el riesgo del futuro profesional. Hacer el camino más fácil también tiene dos caras: por un lado, muchos estudiantes celebrarán la noticia en una noche de jarra con sus amigos y seguro alguno de ellos gritará: "¡con pasar español, historia e inglés, we, las demás ya ni pex, a ver qué sale!"; sin embargo, en alguna parte de San Luis, un aspirante a Medicina acaba de cerrar el libro, soltar el lápiz, se estira en un momento de relajación y bosteza mientras piensa qué hará con esas 4 horas libres de estudio diarias que ha venido dedicando por meses; “hoy con una basta” se dice así mismo, poniendo así otra estacada más a la cultura del esfuerzo académico a la que, desde hace años, se le ha quedado a deber.