Vínculo copiado
#ESNOTICIA
#ESNOTICIA
¡Vaya tipo! Procede de la rama del Derecho, pero no le pide nada a los eruditos de Literatura o Historia
00:12 viernes 15 agosto, 2025
Colaboradores¿Ha leído usted alguna columna de opinión del ministro Alcántara?
"¿Y ese quién es?" Es la respuesta habitual de quienes, desde hace tiempo, celebran las injurias desde muchos flancos contra una institución apenas conocida, pero que, además, exhibe la ignorancia -que no tiene por qué ser mala, pero sí peca de injusta durante el atropello de la crítica- sobre el impacto que la pérdida de la intelectualidad tendrá en el Poder Judicial ante la salida de algunos ministros.
La columna de hoy, estimado lector, no intenta alertar sobre lo que aún no sabemos -que puede tener sus matices buenos y malos, el tiempo lo dirá- respecto al futuro del Poder Judicial. No. Hoy escribo desde lo ya conocido y que progresivamente hemos abandonado en la cultura mexicana: el intelecto, el análisis que no pretende polarizar, la crítica de una mente educada y elegante que representa el tintero y la pluma fina del ministro Alcántara.
En mi trabajo en medios de comunicación, he tenido la fortuna de leer y editar sus columnas de opinión. ¡Vaya tipo! Procede de la rama del Derecho, pero no le pide nada a los eruditos de Literatura o Historia. Domina el discurso y la reflexión como nadie. Leerlo fuera del contexto judicial significó asombro y admiración. Es claro sin caer en el simplismo, goza de equilibrio en sus juicios y sus reflexiones y analogías están bien aterrizadas.
Su inminente salida de la Suprema Corte me hizo reflexionar: qué tanto nos debemos los mexicanos como pueblo para no percatarnos de la intelectualidad que poco a poco abandonamos y más aún cuando proviene de uno de los Poderes de la Unión. La intelectualidad no es solo raciocinio, buen entendimiento y sapiencia. No está limitada puramente a la erudición ni al docto manejo de las palabras. La intelectualidad, además de englobar todo lo anterior, tiene un peso fundamental cuando se presenta ante una sociedad. Tiene la virtud de mostrarnos los polos de una situación, nos ayuda a equilibrar nuestra perspectiva ante un embrollo. Podemos auxiliarnos de ella, incluso, para enfrentar verdades que incomodan, pero que necesitamos conocer para encontrar el punto medio en la balanza. La intelectualidad -incluso mostrada por otros- nos ayuda a ser justos.
Ya en la historia de la humanidad la hemos visto representada. Un ejemplo de ello es en Piggy, un personaje de la novela postguerra El señor de las moscas. Este curioso niño simboliza el intelecto urgente, necesario y en riesgo de una sociedad joven integrada por figuras disidentes entre ellas y que persiguen diversos intereses. Piggy -blanco de ridiculizaciones y perjuicios, injustamente, en muchas ocasiones- limpia sus anteojos, sopesa escenarios y promueve el equilibro de la sociedad. El asalto a la razón comienza -al igual que en las sociedades donde no le damos valor a la erudición- con el quiebre de sus lentes. Piggy los sigue utilizando, pero la debacle está marcada. Lo sobajan cada vez más, se rompe la democracia y el deceso del intelecto solo impulsa la hegemonía de grupos que siempre vieron a Piggy como el intruso, el blanco de burlas y lo que -claramente- no necesitaban.
También, 1984, la utópica novela de Orwell, nos pinta otro escenario que conlleva la pérdida de la intelectualidad. El Gran Hermano ha logrado infiltrarse en la conciencia y vida de los ciudadanos a quienes gobierna. Manipula la información, borra datos y apaga, de a poco, el pensamiento crítico con el objetivo de mantener el control. Winston, el protagonista, refleja cómo, invariablemente, la sociedad comienza a caer en una especie de rendición. Saben, por ejemplo, que son inocentes cuando los acusan por algo, pero terminan por creer que realmente hicieron aquellos actos por los que los condenan. No existe una libertad de expresión y, por lo tanto, no hay dónde encontrar una mente luminosa que muestre las capas del tejido social. Están condenados.
Con todo lo anterior, no se trata -insisto- en pensar en el actuar del próximo Poder Judicial en México. No es la intención juzgar o prejuzgar ministros. Eso se verá con el tiempo. Lo que sí resulta imperioso -y no es buscar culpables, sino encontrar actores más y mejor involucrados- es no perder el interés por escuchar a estas figuras de intelecto que se encuentran en las esferas de la sociedad: la política, el periodismo, la docencia, la salud, el hogar o el mar de oficios.
El ciudadano mexicano debe ser, pues, más selectivo en las voces que nutren su criterio y especialmente en quienes elegimos para tomar las riendas de la nación; reemplazar las mentes reflexivas y equilibradas por las que presumen discursos simples, vagos y polarizantes nos alejará cada vez más de ese punto medio, de ese escenario más justo que hoy, más que nunca, todos estamos buscando.
¿Y quién es? Una voz. Un recordatorio urgente para no abandonar la razón.