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#ESNOTICIA
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00:02 viernes 16 mayo, 2025
Colaboradores¿Por dónde se empieza un texto de profunda indignación? ¿Con el peor de los calificativos? Podríamos intentarlo: aberrante. Se queda corto. Otro: monstruoso. Casi, pero ni siquiera así alcanzaría el término para describir a los responsables de la estancia Santa Sofía ubicada en la ciudad capital y en la que se descubrieron vejaciones, abusos y agresiones de distintos tipos hacia personas de la tercera edad. Empezaré con una anécdota personal. Mi abuela lleva años lidiando con achaques propios de la edad. Entre la medicina y un férreo cuidado por parte de ella, continúa dando batallas heroicas para seguir dándonos consejos, emitiendo regaños aquí y allá. Poniéndole vida a la familia que entra y sale de la casa de ella sabiendo que es de todos. Mi padre, profesional de la salud, nos sugirió algo realmente encantador: hacerle recordar cosas de su vida que la hicieron feliz. Y su servidor, como otros tantos nietos, va y la cuestiona: abuela, ¿a qué lugar te gustaba ir a bailar?, ¿a qué jugabas?, ¿cómo se llamaba tu primer novio? Estaba ella rebuscando en los rincones de su memoria la respuesta a esta última pregunta, cuando me llegó la noticia. Los videos le dieron la vuelta a todo San Luis y pronto traspasaron las fronteras del estado, gracias a los medios de comunicación, para que llegara a cada rincón del país. No se sabe qué detonó más rápido: si la velocidad con la que se viralizaron la nota y los videos o el encono de todo aquel que no podía creer lo que estaba viendo: abuelitos agredidos de las formas -si es que cabe la clasificación ante semejantes actos- más bajas. Y es que, si no ha visto las escenas, hay que tener "mucho estómago", como coloquialmente se dice, para digerir las agresiones. No son, permítame ahondar un poco en ello, una que otra rabieta descargada con un puñetazo, una cachetada o un empujón, por el contrario, son actos de humillación, burla, desesperación y pisoteo a la dignidad de los adultos mayores y que ponen al borde del precipicio ese último suspiro de humanidad que parece quedar en muchas personas. El lugar fue clausurado. Lo que se esperaba. No obstante, las autoridades tienen en su agenda una tarea urgente de proceder eficazmente contra los responsables, porque es difícil, muy complicado, que pueda existir argumento -humano o divino- que exima a los agresores. Además de ello, esto es solo la punta del iceberg. Imagine, usted, se habla de otros 50 sitios de este giro que podrían llevar a cabo las mismas prácticas de maltrato o similares hacia adultos mayores. Que carecen de personal capacitado, con vocación, con empatía, responsabilidad, con respeto hacia nuestros ancianos. Lugares que deberían estar pensados para un sector de la población que requiere atención, cuidado, respeto y una indiscutible paciencia. Ante todo esto, la sociedad debe volver a poner el pecho a las balas y exigir justicia, trato digno y atención de calidad a las víctimas y al resto de los adultos mayores que pueblan estas estancias. Las autoridades deberán hacer, por su parte, una labor de regularización, revisión constante y certificación de dichos espacios para que esto no se vuelva a repetir. "¡Se llamaba Ernesto!", me dice de repente la octogenaria desde su sillón y a quien no le conté nada de la terrible noticia. Quién soy yo para borrar esa sonrisa llena de arrugas.