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La censura al presentador evidenció una fragilidad institucional y el poder de una sociedad organizada
00:10 jueves 25 septiembre, 2025
ColaboradoresLa FCC o Comisión Federal de Comunicaciones de los Estados Unidos es lo que en ese país es conocido como una agencia independiente del gobierno: forma parte del Ejecutivo -sus cinco integrantes son nombrados por el presidente aún si precisan ratificación del Senado, y es él y sólo él quien decide quién la encabeza- pero su potestad regulatoria le permite en teoría actuar sin sesgo partidista. Al menos así había funcionado desde su origen en 1934 hasta hace unos días, cuando se revelara poco menos que brazo ejecutor del presidente Trump para forzar al conglomerado de entretenimiento Disney a retirar de las pantallas de su televisora ABC al para él incómodo Jimmy Kimmel.
El chantaje apenas velado del presidente del organismo Brendan Carr -que habría condicionado la aprobación de la fusión de Nexstar y Tegna, cadenas de afiliadas de ABC, a la salida del aire del comunicador- evidencia dos hechos relevantes de la democracia estadounidense: que su ingeniería institucional es endeble y mediocre pero también que su arraigo social es fuerte.
Desde que existe la FCC han gobernado Estados Unidos 15 presidentes -8 demócratas y 7 republicanos-, incluidos los impopulares Richard Nixon y George W. Bush. Ninguno, sin embargo, había intentado censurar medios o voces, y menos utilizar el organismo para ello, lo que habla menos maravillas de la institución que de la prudencia de esa clase política hasta el advenimiento de Trump. Que por el mero hecho de provenir de una cultura distinta, este hijo de la especulación inmobiliaria y los reality shows televisivos pueda convertir un órgano regulatorio de pleno derecho en su oficialía de partes personalísima acusa una falla de diseño institucional: en tiempos de liderazgos carismáticos y creciente autoritarismo, instancia cuyos integrantes sean nombrados por un líder político en funciones difícilmente podrá ser tenida por autónoma.
Tan preocupante conclusión coexiste por fortuna con el inesperado fenómeno que llevara a Disney a recular hace unos días: no el “borrego” de que perdió más de 3 mil millones de dólares en menos de una semana -cosa equidistante de las fake news y el wishful thinking-, y tampoco el relumbrón de un tibio boicot que sólo hicieron propio celebridades de medio pelo, sino la fuerza de los cuatro sindicatos y el ex CEO -Michael Eisner- que hicieron un vigoroso extrañamiento público a la compañía, aunado a la carta abierta de la Unión Americana por las Libertades Civiles -la ACLU- que reuniera firmas que van de Pedro Pascal a Meryl Streep a Diego Luna, si no en oronda condena al conglomerado sí en defensa de la libertad de expresión.
Estados Unidos sigue teniendo, pues, contrapesos democráticos: es sólo que ahora viven del lado de la sociedad civil. (Archívese el dato en el apartado “Barbas a remojar”.)
POR NICOLÁS ALVARADO
COLABORADOR
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