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En el marco del pasado treinta de abril, en el que festejamos a las infancias hubo de todo
00:02 sábado 3 mayo, 2025
ColaboradoresEn el marco del pasado treinta de abril, en el que festejamos a las infancias, hubo de todo: dulces, pastel, juegos, risas y mucha diversión para los 'condenados escuincles' dirían algunas abuelitas en su muy peculiar estilo de demostrar amor a los nietos que las rodean. Una pregunta que navega sin mucha atención por los adultos de hoy es: ¿Qué mundo, qué país, qué ciudad le estamos dejando a los niños? En un mundo con guerras por doquier, donde niñas y niños sufren en carne propia las horribles consecuencias, y un país con una deuda terrible en educación, salud, agua y seguridad, las infancias son las herederas de un futuro poco alentador y no nos hemos puesto a pensar que son ellos a quienes les tendremos que responder por la falta de responsabilidad, empatía y buen juicio de situaciones que parecen irse de las manos de los adultos de hoy. Los niños, sobra decirlo, quieren comerse al mundo. En un planeta tan globalizado, son extraordinariamente perceptivos, inquisitivos y soñadores. No les son ajenos los fenómenos sociales de la humanidad y cuestionan todo. Hace poco, un instructor de salud, quien se disponía a dar cursos de primeros auxilios, me expresó: "hoy tengo dos clases. La primera, no hay tanta bronca, es con adultos; la segunda es más complicada, es con niños y los niños preguntan". De igual manera, entre toda la lista de situaciones que envuelven el mundo de la infancia, resalta una que difícilmente se discute en mesas, pero que está arraigada a la sociedad como si fuese parte de nuestra normalidad -cuando debería ser todo lo contrario-: los niños que pueblan las calles de nuestro país. Los vemos con una caja de gomas de mascar o mazapanes afueras de tiendas de conveniencia, en los cruces con semáforo realizando una demostración de malabares, o bien acercándose a uno con la mano extendida pidiendo una moneda o un taco. En los mejores casos, se pueden encontrar grupos de estos menores jugando; como es el caso de los que, cuando el calor agobia en estos tiempos, se refugian debajo de los puentes de Salvador Nava y Chapultepec, realizando lo que, más que un refugio, debería ser su pan de cada día: jugar. Niños que están expuestos no solo a los peligros de pasar todo el día fuera de un hogar -que muchas veces no tienen-, sino también a la delincuencia, el pandillerismo, las drogas y alejarlos, así, poco a poco de un destino que debería ser más grato y que tristemente difumina sus oportunidades de ir a una escuela, contar con ambientes adecuados para su edad, incluso, por qué no, pasarla bien en un día del niño. No. En contraste, estos pequeños, apenas despunta el sol, son dejados en el mismo sitio que ayer y que no cambiará mañana, por sus padres -quizá, a veces, por otras personas-, harán su labor durante todo el día, tendrán que pagar una especie de cuota a estos adultos que simplemente los explotan económicamente de una forma tan baja como pocas, a costa, claro, de su integridad y derechos. El dilema llega en la decisión de comprar el mazapán, premiar el espectáculo de malabares o simplemente donar unos pesos a estos pequeños. Esto porque podemos decidir hacerlo porque queremos ayudar al menor y es válido, pero no resolvemos el problema, pues desgraciadamente ese sentimiento que nos conecta con el pequeño es un negocio para quien lo tiene en esa situación y de alguna manera incentivamos a qué eso siga ocurriendo. La otra opción es, tan válida como la primera, no comprar o no dar porque "los niños no tienen que estar ahí", sin embargo, eso, además de tampoco resolver el problema, quizá le asegure al chamaco una serie de infortunios por no lograr la cuota diaria a la que está atado. Un problema de enorme complejidad al final del día que nos refleja el mundo de pendientes que tenemos con las infancias. El mundo no debería entenderse si el niño tiene que trabajar, preguntarse qué ha pasado con el agua del planeta o, pero aún, buscar bajos los escombros a sus padres que han muerto en la guerra. Queda mucho por hacer.