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La locura por el Metrored sigue en el espíritu de los potosinos que ocupan el transporte público
00:03 sábado 14 diciembre, 2024
Colaboradores“El sentido común no es resultado de la educación, pero, sin duda, la educación sí que es fruto del sentido común”, Víctor Hugo
La locura por el Metrored sigue en el espíritu de los potosinos que ocupan el transporte público. Entre trabajadores de diversas zonas de la ciudad capital, desde universitarios, gente mayor que encuentra cómodo el servicio, hasta un chamaco de secundaria que va con su comitiva y sus párvulos improperios botando su pelota de futbol dentro de la unidad y causa el desagrado de los usuarios.
Con todo ello, el servicio es útil. Claro ejemplo es la línea 3 que recorre todo el anillo periférico. Antes, un residente de Salazares, Condado del Sauzal, El Rosedal o San Angelín no tenía una ruta directa a la zona poniente -y vaya que Saucito es músculo laboral de hoteles, restaurantes, casinos y bares de aquel lado de la Capital-. Ni qué decir de colonias como Magueyes, Molinos del Rey, Don Antonio, incluso Puerta Real, todas pertenecientes a los linderos del periférico norte y que sufrían los pesares de no poder conectarse a Saucito u otros fraccionamientos aledaños al ahora llamado Circuito Potosí; o bien, un colono de Piquito de Oro hoy puede trasladarse en una ruta directa a Tierra Blanca, o un trabajador de Villa Magna puede hacer lo propio hacia Valle Escondido, todo de manera más “rápida”.
Esa es la parte buena, sin embargo, este afán de querer ser primer mundo en movilidad pone de manifiesto las carencias viales de la capital, pues es casi imposible en la mayoría de las zonas por las que transita Metrored poner un carril específico para el servicio, que no entorpezca el resto de la vialidad y que se respete por los conductores. Asimismo, amables lectores, estoy seguro que notaron la ironía de las comillas en el concepto de 'rapidez', pues tristemente las rutas comienzan a verse rebasadas por la demanda y no logran ser un transporte regular que permita traslados rápidos y continuos.
A pesar de todo esto, y del tema político y burocrático que envuelve a la implementación del sistema Metrored, para muchos usuarios sí ha representado un alivio en temas de movilidad.
Pero puntualmente nosotros como usuarios ¿qué hemos hecho?, ¿cómo nos hemos comportado para aportar a que ese medio de transporte sea una gran apuesta? Porque un servicio de primer mundo no se sostiene solo con la gestión de los gobiernos, implica una responsabilidad, actuar y cultura de una sociedad que, ¡ay de mí!, he de confesar, el potosino - algunos, no todos- dista mucho de ella.
¿Por dónde empezar? Es absurdo lo que ustedes van a leer, pero los choferes de Metrored luchan -o luchaban porque últimamente no lo hacen- con decirle al usuario por dónde es la ‘subida’ y ‘bajada’ de la unidad. Sí, tan absurdo que muchos usuarios están en los paraderos y se arremolinan en la puerta de descenso para sorprender al conductor, quien inmediatamente intenta hacerle saber al usuario que abordar la unidad por esa área es incorrecto. Unos hasta sonríen con sorna y manifiestan su triunfo ante el logro de entorpecer el servicio en tiempo y eficiencia del Metrored.
Un punto más es el galimatías que supone para el usuario la coloración diversa de los asientos. Mientras para muchos esto puede representar un mensaje claro, otros olvidan que existe comunicación no verbal. Rosas para damas; naranjas para personas con movilidad reducida y mujeres embarazadas; azules para personas de la tercera edad; y los acolchados con símbolo de personas con discapacidad… bueno, debería ser claro. No obstante, “caballeros” se molestan cuando el chofer -nuevamente en un derroche de educación- les pide que desocupen los asientos rosas no solo porque son para mujeres, sino porque hay damas que llevan minutos viajando frente a ellos -a veces con bebé en brazos- y no ceden el lugar.
Incluso, hace no mucho, en la línea 2 una señora que ocupó un asiento para personas con discapacidad hizo gala de modales y ejemplo cuando un señor en silla de ruedas abordó la unidad. Molesta y con léxico florido se levantó del asiento, no sin antes recordarnos a todos “¿por qué lo voy a hacer yo, si vengo de trabajar y el señor con silla de ruedas cabe perfectamente en el pasillo?” Puede que, si buscan en redes, encuentren el mítico video que alguno muy vivo grabó ese día, quizá lo encuentren como #LadyAsiento o algo similar, apuesto que les asombrará la cara del hijo de la señora, un chamaco de secundaria que, sosteniendo su pelota de futbol, miraba confundido e inquisitivo a su madre como precisando cuál había sido el móvil de la discusión.
Finalmente, al usuario le cuesta entender que bebidas y alimentos no están permitidos. Y miren, puede ser algo excesivo para muchos o lógico para otros, pero por muy cuidadosos que seamos siempre puede ocurrir un accidente con nuestra bebida o nuestro snack y poco somos solidarios como para apoyar al chófer, quien se tendrá que ‘chutar’ la limpieza del vehículo, que si bien es parte de su responsabilidad, no lo es nuestra educación. Nosotros debemos comprender que utilizar el transporte público -sea Metrored, taxi, uber o camión urbano- implica reglas elementales de comportamiento y como usuarios deberíamos, por lo menos, respetarlas y aportar así a que esto -el servicio, educación y sana convivencia- fluya de mejor manera. Y acabo con este punto porque, justamente, varios usuarios volteamos a la parte trasera de la unidad 24 de la línea 2 ante el olor, claro, de unas frituras preparadas que un señor astutamente acaba de sacar de su mochila, aprovechando un despiste de su hijo, ese chamaco de secundaria sentado a su lado que abraza su pelota de futbol.