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La Feria Internacional del Libro de Guadalajara, eso que conocemos como “la FIL”, cobra la entrada y se llena a tope, muestra de que cobrar por la cultura es viable
00:03 martes 10 diciembre, 2024
ColaboradoresLa Feria Internacional del Libro de Guadalajara, eso que conocemos como “la FIL”, cobra la entrada y se llena a tope, muestra de que cobrar por la cultura es viable y, más aún, necesario. De hecho, en la FIL se venden montones de libros, prueba de que en México hay un mercado importante de lectores, por mucho que sea más pequeño de lo deseado, y de que ese mercado existe al margen de y pese a la retórica progre de que los libros también hay que regalarlos. La FIL no fue nunca un órgano de propaganda, cosa que sucede con alguna feria del libro financiada con dineros públicos, ni un mero enclave neoliberal. Como se ha repetido, por aquí se ve de todo: moneros oficialistas, cierto que desaparecidos este año, y columnistas del oficialismo como Zepeda, que está promoviendo su libro sobre la presidenta Sheinbaum, pero también sociópatas que niegan el Holocausto, liberales como Enrique Krauze, o mesas destinadas a dialogar sobre la guerra en Oriente Medio. No siempre sale bien, claro. Antes de ayer, un grupo de imbéciles con banderas palestinas interrumpió violentamente a Naief Yehya, Maruan Soto, Jacobo Dayán y Adina Chelminsky, que buscaban hablar civilizadamente sobre la guerra en Gaza y Líbano. Su argumento, literalmente, era que “dialogar no sirve”. Aun así, la vocación de la FIL, o sea, hablar, ahí queda. La FIL es capaz de convocar a empresas de gran calado, casos de IKEA o Netflix, o a consorcios mediáticos, como el que me permite publicar esta columna y hacer el programa de radio que me trajo a Guadalajara, y, al mismo tiempo, a universidades del Estado, con la de Guadalajara a la cabeza y con la UNAM muy presente. En otras palabras, entiende la conveniencia de hacer convivir lo público y lo privado. Conveniencia que se extiende a las editoriales que vienen a vender sus libros. Andan por aquí los grandes grupos, como Planeta o Penguin Random House, los editores independientes que han logrado sobrevivir a los recortes presupuestales a la cultura, y también el Fondo de Cultura. Editoriales, habrá que añadir, mexicanas y de fuera. Te puedes comprar un libro colombiano o gringo, y asomarte al stand raquítico que mandan los cubanos, representación en papel de la aberración que es el castrismo. Por último, la FIL tiene una vocación internacionalista. Este año, por si se nos olvida, tuvo a España como país invitado. No llegaron todos los pesos pesados de la literatura peninsular, pero casi: pasaron por aquí Irene Vallejo, Javier Cercas, Fernando Aramburu y María Dueñas, entre muchos otros, y nadie se envolvió en el sarape para increparlos. Todo lo contrario. Dicho lo dicho: ¿por qué sorprenderse de la inquina oficialista? La eficacia, la libertad, la diversidad y el espíritu cosmopolita no son exactamente la marca de la casa del chairisimo. POR JULIO PATÁN
COLABORADOR
@JULIOPATAN09