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Applebaum propone dejar de pensar el autoritarismo sólo como régimen y analizarlo, además, como red
00:10 martes 23 diciembre, 2025
Colaboradores
El autoritarismo contemporáneo suele interpretarse a partir de fallas locales: gobiernos que se “desvían”, líderes que concentran poder, instituciones que colapsan. Ese repertorio enumera síntomas, pero no formula la pregunta decisiva: ¿por qué en países tan lejanos y distintos está pasando lo mismo? Cuando el patrón se repite, el diagnóstico no puede quedarse en la acumulación de casos nacionales –tienen que haber causas más amplias que los conecten–. La explicación no es comparada, es compartida.
Autocracia, S.A. (Debate, 2024), propone ese cambio de enfoque: dejar de asumir el autoritarismo sólo como régimen y analizarlo, además, como red. Porque ya no se trata (¿quizá nunca se trató?) nada más de un tipo de sistema político anclado a un territorio, la autocracia es un fenómeno que se sostiene en una economía política transnacional. La cuestión, en suma, no es únicamente quién manda, es cómo se articulan por encima de las fronteras condiciones y recursos que hacen posible mandar arbitrariamente y sin rendir cuentas.
La premisa del libro es material, no moral. Lo que une a las autocracias contemporáneas es la corrupción: gobernar sin contrapesos permite extraer riqueza, depredar al Estado y convertir la autoridad política en fortunas privadas. Como su nombre lo indica, la “Autocracia, S.A.” funciona menos como ideología que como modelo de negocio.
La autora, Anne Applebaum (Washington, D.C., 1964), muestra cómo multitud de fuerzas cleptocráticas introducen mucho dinero ilícito a circuitos financieros respetables y crean complicidades insospechadas. Uno de los argumentos más incómodos del libro, de hecho, es que las redes autocráticas no podrían operar sin la complicidad de élites e instituciones del mundo democrático: bancos, fondos de inversión y empresas implicados; políticos, consultores y abogados sin escrúpulos; plataformas tecnológicas tan poderosas como opacas; en fin, multitud de esquemas para evadir sanciones, lavar dinero y apoyar la consolidación global de la autocracia.
Esa dimensión económica se desdobla en un proyecto cultural. La propaganda autocrática opera como un commodity exportable: campañas de desinformación, granjas de bots y medios fachada se adaptan a idiomas y públicos distintos. El objetivo no es tanto persuadir como confundir, deslegitimar y desmovilizar. En paralelo ocurre, asimismo, una reconfiguración política: las constituciones, los parlamentos, las cortes, los reguladores y los medios de comunicación no necesariamente desaparecen, más bien se neutralizan. El sistema de separación de poderes, de pesos y contrapesos sigue formalmente de pie, pero operando no como límite sino como instrumento del poder.
El mérito de Autocracia, S.A. no es ofrecer alivios ni recetas, es exhibir la verdadera escala del problema. Si la autocracia ya opera como red global pero la seguimos leyendo sólo como régimen nacional, no es que la estamos analizando mal: es que nos estamos enfocando en los árboles sin entender el bosque.
POR CARLOS BRAVO REGIDOR
COLABORADOR
@carlosbravoreg