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Obviamente la frase del último verso, “que me haces”, queda para los líricos esfuerzos
00:02 martes 22 abril, 2025
ColaboradoresEn 1961, cuando el Rock aún sabía a ice cream soda y la audacia psicodélica y rebelde no había llegado a la conciencia juvenil, Paul Anka cantaba:
“…Oh, well, we're kissing on the phone
Ooh, ooh, kissing on the phone
Ooh, ooh, when we're all alone
All were doing is
Kissing on the phone
“…Every kiss is a kiss of fire
I'm so afraid that
We're burning the wire
Oh, gee, baby, what you do to me…”
Obviamente la frase del último verso, “que me haces”, queda para los líricos esfuerzos de quien en esa misma época tradujo la canción para escucharla con César Costa.
Esta fórmula del amor adolescente (no había redes ni nada parecido), me parece un buen ejemplo de las cosas entre la señora presidenta (con A), doña Claudia Sheinbaum y Donald Trump, porque entre ambos se ha desarrollado una frecuente relación telefónica cubierta de almíbar y chochitos de azúcar.
En las cinco llamadas entre ambos (incluida la expedita felicitación electoral), los puntos conocidos han sido los mismos: el entendimiento, la buena opinión de ambos acerca del otro, la concordia, la armonía, la solidaridad ante los problemas comunes, las mutuas soberanías, la colaboración, la frente altiva, pero más allá de los arrumacos, nunca hemos sabido los rigores de las conversaciones. Ni lo sabremos. Resulta muy extraño el contraste.
Por teléfono, todo está bien, correcto y convenido sin perjuicio ni desdoro para nadie; pero la verdad es otra: como en los noviazgos tóxicos --dicen ahora--, nosotros hemos padecido por los dos.
Las llamadas no han evitado los aranceles al acero, la intromisión aérea (tolerada para más humillación) para espiarlo todo, la vigilancia marítima de la U.S: Navy; los amagos bélicos en la frontera, los cobros del agua; tampoco han impedido la vigilancia por satélite, la expulsión de presos ni las tarifas al jitomate o los impuestos a la industria automotriz.
Y eso sin hablar de la dócil (im)política migratoria, tan patas arriba como para sostener al impresentable Francisco Garduño quien supuestamente le entregará el cargo a un pobre diablo resignado, (Salomón) a quien por fin lo van a dejar entrar a la oficina. ¿A qué? A nada, por lo visto, aunque de eso Trump no tiene la culpa. El caso es sencillo.
De manera simulada se quieren hacer públicos los arreglos impublicables, entonces se acude a la divulgación de las llamadas vacías, el bonito procedimiento, sin explicar ni los arreglos ni los costos de tan obsecuentes como improductivos compromisos. Pero eso sí, besitos por el teléfono y halagos de la claque por los resultados.
--¿Cuáles resultados?
POR RAFAEL CARDONA
COLABORADOR
@CARDONARAFAEL