Donald Trump y Estados Unidos parecen atravesar por uno de esos momentos que bien podrían ser definitorios tanto para su figura política como para la vida de su país. Como el momento en que Julio César decide desobedecer al Senado romano y regresar a Roma, acompañado de sus legiones. El periodo que culminó con su victoria dio fin a la República e inició el Imperio, aunque la muerte de César dejó una cauda de guerras civiles. Cierto que lo que ocurre en la nación norteamericana puede ser mucho menos consecuencial, ya que la razón de fondo es el egocentrismo de Trump. Pero obliga a pensarlo cuando se considera que se le han atribuido tendencias dictatoriales y encabeza un sector estadounidense propenso al fanatismo, alimentado por teorías de la conspiración y desconfianza contra el gobierno. El exmandatario enfrenta una serie de investigaciones que van de lo político-simbólico, en el Congreso, a lo político-criminal en el estado de Georgia y lo probablemente delictivo a nivel federal. Las pesquisas son evidentemente por causas reales aunque quién sabe si claramente comprobables. De la presunta promoción de una asonada que llevó a un asalto multitudinario contra el edificio del Capitolio, para evitar la certificación de las elecciones presidenciales de 2020, a pedir que funcionarios estatales intervinieran para alterar los resultados o la sustracción de documentos confidenciales o clasificados como secretos de la Casa Blanca. Las posibilidades de fechoría son muchas, y la intervención del FBI el lunes en la residencia de Trump en Mar-a-Lago, en Florida, elevó la convicción de que hay delito a perseguir. Pero quién sabe si las pruebas obtenidas sean suficientes para descalificar políticamente a Trump y convencer a la mayoría que no es un ataque injusto. Por lo pronto, alimentó la paranoia de sus seguidores, llevó a que muchos de los republicanos que comenzaban a alejarse del controversial personaje cerrasen filas a su alrededor y que hasta algunos declaradamente opuestos demandaran claridad en las acciones gubernamentales. Y de paso, a que los elementos más extremistas comenzaran a hablar de una sublevación armada. En 1532, Nicolás Maquiavelo aconsejaba en su libro El Príncipe que “los hombres deben ser bien tratados o aplastados, porque pueden vengarse de las injurias más leves, de las más graves no pueden; por lo tanto, el daño que se ha de hacer a un hombre debe ser de tal clase que uno no tema la venganza”. En otras palabras, al iniciar una acción judicial sin precedentes, como la investigación criminal contra el expresidente y líder populista, que no gusta de seguir las reglas del juego y al contrario desdeña instituciones y leyes, corren el riesgo de crear al próximo presidente/dictador de Estados Unidos o bien un mártir político y una situación explosiva. POR JOSÉ CARREÑO FIGUERAS

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