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El primer Papa no europeo en 1,500 años, el primer jesuita en llegar al trono de San Pedro
00:02 miércoles 23 abril, 2025
ColaboradoresDoce años apenas duró el papado más reformista de nuestro tiempo. El Papa Francisco pudo haber sido un pontífice de transición, sobre todo considerando su avanzada edad al asumir el cargo, pero llegó decidido a ser todo lo contrario: tras las muy conservadoras gestiones de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, la brecha entre la doctrina y la grey era cada vez más grande, la desconexión más profunda. Francisco tenía dos posibles caminos ante sí: endurecer o suavizar, abrirse o cerrar, dialogar o monologar. Frente a una crisis institucional, siempre existen esos dos caminos, y la historia nos enseña que la cerrazón conduce a la decadencia.
La historia dirá si el esfuerzo renovador tuvo éxito, si valió la pena, porque la crisis de la Iglesia Católica no solo es -o era- coyuntural, sino estructural, en un mundo en que las normas morales, el acceso a la información y la convivencia social están en permanente reflujo, en que nuevas creencias, nuevos liderazgos se atropellan, en que los extremismos y la barbarie campean.
Aunque con frecuencia incomprendido, Francisco supo encontrar un justo medio entre los dogmas y tradiciones de una institución milenaria y las exigencias de las nuevas generaciones que hoy ven como algo normal lo que para otros es escandaloso e inmoral. No llegó tan lejos como muchos activistas hubieran deseado, cierto, pero sí mucho más allá de lo que algunos imaginaron, o temieron.
Pero hay un ángulo indispensable para comprender los alcances de Francisco, uno que no pasa por lo doctrinario, que no toca los distintos ángulos de la fe. Ese aspecto es el de Jefe del Estado Vaticano, de guía moral más allá de religiones o creencias.
Sus críticas al autoritarismo, al extremismo y a las dictaduras fueron incesantes, sin olvidar la necesidad práctica de mantener siempre abiertos canales de diálogo, de interlocución. No tuvo empacho en señalar los excesos y abusos de Trump y sus acólitos, los riesgos del liberalismo económico cuando no está moderado por la conciencia social, los peligros del odio y/o de las falsas supremacías étnicas o religiosas.
En ese espejo se vieron reflejados muchos de sus más acérrimos críticos, incapaces de entender la importancia de la autoridad moral cuando de denunciar injusticias se trata, pero también de intentar resolverlas: para Francisco estaba claro que a veces hay que sentarse a la mesa con déspotas si se trata de aliviar el sufrimiento de sus súbditos, y que la descalificación a priori sólo conduce a un diálogo de sordos.
A fin de cuentas, su papado le dio a la Iglesia Católica la oportunidad de reencontrarse consigo misma, de volver a aquellos principios que habían quedado subordinados a una visión doctrinaria que valoraba más la disciplina que los valores cristianos. En resumen, acercó de nuevo a la Iglesia a los fieles.
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Mirando hacia adelante, bien harán los Cardenales en tener eso en mente durante sus deliberaciones para elegir a su sucesor.
POR GABRIEL GUERRA CASTELLANOS
@GABRIELGUERRAC