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Es un proyecto de país. O debería serlo
00:10 jueves 11 diciembre, 2025
Colaboradores
Hay un punto que nadie quiere decir en voz alta, pero que todos entendemos: organizar un Mundial no es sólo recibir visitantes, montar fiestas y presumir un par de murales. Es un proyecto de país. O debería serlo. Y, sin embargo, conforme se acerca 2026, empiezan a aparecer señales de que el enorme potencial de esta Copa podría diluirse en actividades efímeras, comunicados optimistas y decisiones improvisadas.
Porque oportunidades así no llegan cada década. Un Mundial mueve economías completas, reordena ciudades, acelera proyectos de movilidad, detona infraestructura que normalmente tardaría una generación en construirse. También es cierto que genera riesgos como deudas, desplazamientos, elefantes blancos y desigualdades nuevas. Pero precisamente por eso se necesita un plan serio. Uno que tenga cabeza, metas y sobre todo, continuidad.
El gobierno federal ha presentado el “Mundial Social México 2026”, un catálogo de actividades que luce bien en cifras y que, sin duda, suena atractivo. Pero cuando uno lo revisa con lupa, queda la sensación de que es más un festival enfocado en el calendario del evento que una estrategia capaz de transformar la vida cotidiana. ¿Quién puede oponerse a murales, torneos escolares o exposiciones culturales? Nadie. Pero un Mundial dura cuatro semanas. El legado debería durar décadas.
Entre lo que se dice y lo que no se dice, hay una brecha incómoda. Se habla de miles de actividades, pero prácticamente nada de cómo se financiarán a largo plazo, quién garantizará su permanencia, o cuales ciudades realmente podrán aprovecharlas. Tampoco queda claro cómo se vinculan los esfuerzos federales con los estatales. Y ahí está uno de los principales riesgos: que cada estado interprete el Mundial a su manera, incluso reduciéndolo a lo más sencillo de organizar.
San Luis Potosí es un buen ejemplo de ello. Mientras el país discute infraestructura, movilidad, turismo y legado, aquí el debate reciente ha girado alrededor de quién tiene los derechos para transmitir partidos en plazas públicas. Una “grilla” entre niveles de gobierno por pantallas gigantes que, aunque simpática para el folclor político, no deja de ser una señal preocupante de falta de visión. El Mundial no debería ser un concurso de quién coloca primero una pantalla en la plaza principal de una ciudad.
Y al mismo tiempo, es imposible no ver el contraste. Hace apenas semanas, el propio ayuntamiento capitalino aspiraba a atraer un Fan Fest, o incluso hospedar entrenamientos de selecciones. Hoy, entre dimes y diretes, lo cierto es que la ciudad parece que tendrá que conformarse con actividades que difícilmente dejarán un beneficio tangible cuando termine julio de 2026. Eventos bonitos, sí; memorables, quizá. Transformadores, difícilmente.
Mientras tanto, otras ciudades sede en el país ya están enfrentando los efectos reales de un Mundial: comerciantes reubicados, infraestructura acelerada, obras que cambian el tejido urbano. Ahí se juega el desafío auténtico de cómo equilibrar desarrollo con justicia social; cómo evitar que los beneficios se concentren en unos pocos; cómo no repetir la historia de obras gigantes que después nadie usa o que quedan inconclusas. Ese es el verdadero debate que debería preocuparnos.
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La historia mundialista es clara, beneficiando solo los países que planifican a largo plazo capitalizan la inversión. Los demás se quedan con fotos espectaculares, recuerdos emotivos y deudas. En México aún estamos a tiempo, pero el reloj corre. Sin una alineación real entre federación, estados y municipios, el “Mundial Social” puede terminar siendo un gran festival pero sin legado.
¿Dónde quedará San Luis Potosí en ese tablero? ¿Solo como espectador del torneo o como verdadero protagonista de algún proyecto que realmente trascienda? Hoy, lamentablemente, todo apunta a lo primero. Y no por falta de potencial, sino por falta de decisión.
El tiempo no espera, y cada instante que desperdiciamos mirando hacia otro lado es una oportunidad perdida para transformar nuestra realidad. El cambio no es un regalo, es un desafío que nos exige mirar con valentía lo que nos duele, cuestionar lo que nos limita y actuar sin temor. Solo enfrentando la verdad con honestidad y compromiso podremos construir un mundo que refleje nuestros mejores valores y nuestra humanidad más profunda.
Porque un Mundial es, sobre todo, una oportunidad. Y las oportunidades, cuando se administran mal, pasan y se pierden en silencio. Esperemos que esta oportunidad para el país, y para San Luis Potosí, no sea una de ellas.