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¿Y si la “guerra contra las drogas” no fuera un fracaso absoluto, sino un statu quo más o menos funcional?
00:10 miércoles 12 noviembre, 2025
Colaboradores
La semana pasada se publicaron nuevos datos sobre decomisos de drogas en la frontera entre México y Estados Unidos. Según el reporte de la Oficina de Washington para América Latina (WOLA), durante el año fiscal 2025 los decomisos de metanfetaminas y sobre todo fentanilo cayeron, mientras que los de mariguana y cocaína aumentaron (https://shorturl.at/gdy6f). Aunque los gobiernos los asumen como avances, esos datos no revelan una victoria: exhiben que las cosas se transforman para seguir igual. El narcotráfico no desaparece, muta. La guerra ni se gana ni se pierde, simplemente perdura.
Su ruina está documentada, sus efectos son devastadores, su retórica suena cada vez más hueca. Y, sin embargo, sigue. La razón no es de eficacia, es de conveniencia: persiste porque es productiva. Justifica poderes y presupuestos, crea una narrativa de antagonismo y autoridad, permite a los gobiernos simular que gobiernan. No es una estrategia para resolver un conflicto, es una forma de gestionar sus rendimientos.
Estados Unidos exige resultados, pero sigue siendo el mercado de mayor consumo y el principal abastecedor de las armas que utilizan los cárteles. México colabora asegurando cargamentos y desmantelando laboratorios, pero no toca las redes de protección política ni los flujos financieros que sostienen al crimen organizado. Entre ambos países se ha institucionalizado una coreografía: extradiciones, estadísticas, discursos, reuniones, señales de cooperación. Una maquinaria binacional que produce muchos diagnósticos pero pocos remedios.
Cada tonelada que se asegura es presentada como evidencia de mayor control, aunque confirme que la producción no cesa. Cada detención se vende como un golpe contra las organizaciones criminales, aunque los territorios permanezcan bajo control criminal. Hoy resuenan grandes anuncios y operativos espectaculares; mañana sigue el reclutamiento de jóvenes y las madres siguen buscando a sus hijos en fosas clandestinas. El problema, al final, subsiste: se fragmenta, se diversifica, se adapta. Cambia de forma, no de fondo.
La frontera, en ese vaivén, opera como el teatro de una farsa. Allí se dramatiza el esfuerzo, se escenifica la acción, se acumulan las pruebas de un supuesto compromiso. La trama, no obstante, está en otro sitio: en la demanda de drogas y el acceso a las armas, en la desigualdad y la corrupción, en el contubernio y la impunidad…
La pregunta no es cómo va la guerra, es por qué seguimos aceptando su lógica cuando sabemos, de sobra, que no resuelve. Quizá la respuesta es que su fracaso funciona. Mientras sirva para mantener una práctica de “la ley y el orden”, para justificar una cierta forma de poder, para que ni la Casa Blanca ni Palacio Nacional -ni tampoco la sociedad mexicana ni la estadounidense- asuman los costos de enfrentar lo que realmente sostiene al narco, la guerra seguirá siendo útil. No como solución, sino como simulacro.
POR CARLOS BRAVO REGIDOR
COLABORADOR
@carlosbravoreg