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Una vez, según cuenta una historia persa, cinco hombres que se dirigían a La Meca coincidieron en la encrucijada de un camino
00:03 domingo 19 mayo, 2024
Lecturas en voz altaUna vez, según cuenta una historia persa, cinco hombres que se dirigían a La Meca coincidieron en la encrucijada de un camino. Como los cinco se expresaban en dialectos distintos y venían de lugares distantes, decidieron proseguir juntos su peregrinación para auxiliarse unos a otros en caso de necesidad. A un cierto punto del trayecto, uno de ellos vio a lo lejos, en el suelo, oculta entre la arena, una cosa pequeña y redonda que brillaba con el sol; cuando se acercó a ella para ver qué era aquello, descubrió que se trataba de una antigua moneda de oro que el tiempo y los vientos habían desenterrado. El afortunado caminante se inclinó, tomó la moneda y habló así a sus cuatro compañeros: -Hermanos, por gracia de Alá, bendito sea, me he encontrado esta moneda de oro que ven ustedes en la palma de mi mano. Yo no la buscaba, pero la encontré, y ahora pienso compartir con ustedes lo que valga. Propongo que con ella compremos mafil y saciemos los cinco nuestra hambre. Todos aprobaron la decisión de compartir el hallazgo, pero no estaban plenamente de acuerdo en que se gastara la moneda comprando mafil, que no les apetecía. Dijo entonces uno de ellos: -Consiento, hermano mío, en que se divida entre cinco el valor de esa moneda -¡que Alá recompense tu generosidad en esta vida y en la otra!-, pero propongo que en vez de mafil, que no le gusta a nadie, compremos uzum”, que es un alimento mucho más nutritivo y provechoso que el mafil. Los demás escucharon la propuesta moviendo negativamente la cabeza; dijo entonces otro de los peregrinos: -Ignoro, hermanos míos, qué sea el mafil y no creo que me guste mucho el uzum, a juzgar por su puro nombre. Propongo, pues, que con el valor de la moneda compremos varias medidas de balesch. -¿Y qué es el balesch? –preguntó molesto otro de los caminantes, no que aún no había abierto la boca-. ¡No, no y no! No estoy de acuerdo en que compremos mafil; además, el uzum me desagrada y no estoy muy seguro de querer llevarme a la boca nada que se llame balesch, pero me gustaría, y mucho, que con el valor de la moneda compráramos todo el bestán que con ella podamos adquirir. ¡Es un manjar suculento! Ya lo verán ustedes cuando lo prueben… ¡Ni estando loco consentiría en comer otra cosa que no fuera este alimento tan atractivo a la vista, tan delicioso al paladar y tan nutritivo para el estómago! El único peregrino que hasta entonces había estado callado dijo a su vez que no toleraría de ninguna manera que se gastara una moneda de tanto valor comprando semejante tonterías. Gritó:
-¡O compramos rektaf o mejor no compramos nada!
Y comenzó la discusión, que más que discusión era ya un litigio. Uno alababa el sabor del mafil, otro ponderaba el color ámbar del uzum, el tercero se hizo lenguas alabando las propiedades digestivas del balesch, el cuarto no escatimó elogios a las virtudes del bestán y el quinto casi juró que el que no había comido rektaf no había aún hecho nada en la vida que valiera realmente la pena. Y así estuvieron durante varias horas, alzando la voz y pegando al suelo con los pies en actitud de indignación. Y ya estaban por pasar a los golpes cuando pasó por ahí un sabio que, como ellos, también se dirigía a La Meca. -¿Qué discuten? –preguntó. Y al ver que se trataba de un maestro, los cinco estuvieron de acuerdo en que fuera él quien decidiese lo que había que hacer. -Es muy sencillo –dijo el maestro al saber de qué iba la cosa-. Denme ustedes esa moneda de oro y vengan conmigo. Cuando llegaron al pueblo más cercano, el maestro se dirigió al mercado y dijo a uno de los vendedores de fruta que allí había: -Hermano mío, que Alá te bendiga. Dame todas las uvas que pueda comprar con esto. Y al ver las uvas, los cinco peregrinos se mostraron satisfechos. ¡Pues uvas era precisamente lo que querían, solo que cada uno las llamaba según su propio dialecto! Me gusta mucho esta historia, que he tomado de un viejo libro de espiritualidad oriental. ¿Qué era lo que todos estos hombres querían? Uvas. Sólo que cada uno las llamaba como podía. Y así como todos estos peregrinos sólo querían uvas, así, en el fondo, los hombres no queremos sino una sola cosa: a Dios. El libertino cree que quiere los brazos de las mujeres, pero se engaña: él quiere únicamente el abrazo de Dios. El avaro piensa que sólo el dinero le dará seguridad: sin saberlo, lo que busca es el amparo de Dios. El amante cree que si su amada lo desprecia, la vida ha acabado para él, pero la verdad es que no es así: lo que él quiere, más allá de cualquier otra cosa, es un amor que no se acabe y colme por entero el hambre de su desolado corazón. No, el hombre no quiere sólo sexo, ni sólo dinero, ni sólo el amor de un ser que jamás podrá corresponderle con la intensidad que él necesita; lo único que quiere es a Dios. Podrá llamar a su necesidad mafil, o bien uzum, o bien balesh: de acuerdo, que la llame como guste, a condición de que no se engañe acerca de lo único que anhela. ¡Un místico! Sí, es necesario que pase un místico, un maestro como el de esta historia por nuestra vida, para que traduzca nuestras palabras y nos lleve allí donde está aquello que realmente queremos y nos empeñábamos en llamar con otro nombre.